Calder, esculturas a todo gas

El Centro Botín de Santander exhuma buena parte de sus proyectos que nunca se materializaron

«Art Car. BMW 3.0 CLS» (1975), de Alexander Calder Belén de Benito

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Visionario y moderno, precursor del arte cinético, inventor del móvil, Alexander Calder (Lawnton, Pensilvania, 1898-Nueva York, 1976) se preguntó un buen día:«¿Por qué el arte debe ser estático? No se lo pensó dos veces y puso sus esculturas a moverse. El arte del siglo XX echó a andar. Calder esculpió el movimiento, dibujó con alambre en el espacio, ideó un ballet sin bailarines... Sus obras, tanto minúsculas como monumentales, tienen mucho de coreográfico. Pese a su corpulencia y su aspecto rudo, era un excelente bailarín, como confesaba la cineasta recientemente desaparecida Agnès Varda en una entrevista. Hijo y nieto de escultores, su pasión por la velocidad le viene por su formación académica: estudió Ingeniería Mecánica.

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Fue tal esa pasión que hasta transformó coches y aviones en gigantescas obras de arte móviles. Aceptó el reto de pintar un BMW , que compitió en Las 24 Horas de Le Mans. Fue un encargo del piloto Hervé Poulain en 1975. No llegó a acabar la carrera, a la que asistió el propio Calder. Este coche inauguró la serie BMW Art Car (después se sumarían al proyecto Warhol, Stella, Lichtenstein, Hockney, Koons...) En 1973 Calder se atrevió a pintar un avión de pasajeros para Braniff International Airways. Se llamó «Flying Colors of the United States» . Es la obra en movimiento más grande de la Historia. Fue un encargo de George Stanley Gordon. Pero, junto a esas piezas monumentales, también firmó Calder delicadas joyas para mujeres de bandera como Peggy Guggenheim, Georgia O’Keeffe o la propia Agnès Varda.

Proceso creativo

Visitar la exposición que le dedica, hasta el 3 de noviembre , el Centro Botín de Santander es entrar en la cabeza de Calder –una magnífica cabeza, por cierto, muy bien amueblada, siempre innovando, experimentando–, ser testigos privilegiados de su fascinante proceso creativo: desde la idea original esbozada en un papel hasta el resultado final, incluso descubrir los proyectos, que por uno u otro motivo, nunca llegaron a materializarse, pero de los que dejó abundante material preparatorio.

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Precisamente, este es el núcleo central de «Calder Stories» , una muestra inédita que revisa cinco décadas de trabajo de uno de los artistas más influyentes del arte moderno. Su comisario es Hans Ulrich Obrist , crítico de arte, comisario y director artístico de la Serpentine Gallery de Londres, quien lleva muchos años interesado en lo irrealizado en el arte. «Yo suelo trabajar principalmente con artistas vivos en proyectos multidisciplinares, conectando el arte con la ciencia, la música y la literatura. Es muy raro que sea comisario de un artista fallecido. Pero Calder me empezó a interesar ya en mi adolescencia», explica a ABC. «En la exposición se han incluido no solo sus encargos públicos no realizados en todo el mundo, sino también sus bocetos y maquetas para encargos particulares y sus colaboraciones con arquitectos. Mis preguntas sobre proyectos no realizados surgen a menudo de la arquitectura. Los arquitectos publican a menudo sus proyectos no ejecutados. Es un Calder poco conocido. Aquí se puede ver gran parte de su proceso creativo, cómo juega con la escala. Y quería, a través de artistas contemporáneos, hacer una especie de puesta al día, una revisión dinámica de esta figura histórica». Según Hans Ulrich Obrist, «hay muchísimas razones por las que un proyecto no se lleva a cabo. Los hay demasiado grandes, demasiado pequeños, demasiado utópicos para ser realizados».

Dos obras de Calder, en las salas de la Fundación Botín Belén de Benito

El comisario ha buceado en los archivos de la Calder Foundation y ha rescatado un tesoro: bocetos, dibujos, maquetas... Buena parte de este material es inédito. Entre las 80 obras presentes en la muestra no faltan sus celebérrimos, coloridos y ligeros móviles en aluminio, ni sus negros y pesados stabiles (estables) en acero al carbono... Piezas inmóviles pero con formas dinámicas. Son los espectadores los que tienen que moverse para contemplarlas. En 1930 Calder descubrió en el estudio parisino de Piet Mondrian unas piezas con formas geométricas en colores primarios. «Le sugerí que podría ser divertido que esos rectángulos oscilaran. Con semblante muy serio, Mondrian me respondió: “No, no hace falta. Mi pintura ya es de por sí muy veloz”», contaba Calder. Aquel día soñó con que las obras tuvieran movimiento. «Cuando todo sale bien, un móvil es una poesía que baila con la alegría de la vida y sus sorpresas», confesaba el artista. Sus primeros móviles, de 1931 – Duchamp acuñó ese año el término móvil–, están accionados por un motor o una manivela manual. Un año después esos móviles ya se movían gracias al viento. Hay en la muestra buenos ejemplos de ambos.

Trabajó Calder con los mejores arquitectos, pero también con los más grandes compositores y escenógrafos de la época. Sus propuestas para ballet de los años 30 y 40 cobran vida en unas animaciones digitales creadas para la ocasión. Tampoco faltan algunos de sus encargos internacionales en países como Líbano y La India. Entre los proyectos no realizados por Calder «resucitados» en el Centro Botín se hallan las maquetas creadas en 1939 para un proyecto de Percival Goodman para la nueva Smithsonian Gallery of Art de Washington; unos bronces de 1944, encargados por Wallace K. Harrison para un edificio de estilo racionalista que nunca vio la luz; unas esculturas a modo de flora entre la fauna para un nuevo hábitat africano en el Zoo del Bronx ; un ballet acuático ideado por Calder para un pabellón en la Exposición Universal de Nueva York de 1939... Hubo un proyecto que nunca se realizó porque Calder murió antes. Solo le dio tiempo de hacer la maqueta, presente en la muestra: una monumental escultura para el jardín del Kröller-Müller Museum en Otterlo (Holanda).

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