España, camisa blanca

Javier Melero: «En España todo el mundo grita»

Abogado del exconsejero de Interior de la Generalitat, Quim Forn, juzgado en el Supremo por rebelión

Javier Melero Marta Días
Salvador Sostres

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—No me creo que le gusten las vacaciones.

—Tengo una relación ambivalente con ellas. Deseo descansar pero me abruman las actividades que las vacaciones conllevan. Además, agosto es terrorífico, pero me debo al año judicial.

—Este invierno ha sido el mejor verano de su vida.

—No, fue cuando tenía 10 o tal vez 11 años. Fue un verano muy largo, con mi madre, en Blanes. Recuerdo los paseos de tarde con ella por la playa. Olor a barco, a petróleo. Ese tedio tan dulce de cuando te recreas en la pereza.

—El primer amor –Gimferrer lo dice– tiene lengua de verbena.

—Mi primer amor fue durante mi curso escolar, con una chica de colegio de monjas. Los uniformes, el otoño, la ciudad. Los veranos, más que amor, buscábamos proyectos de consumación, que naturalmente no llegaban nunca.

—Éste será el verano más raro.

—Será más o menos como todos, porque la sentencia la tendremos o el 31 de julio o en octubre. En agosto, afortunadamente, no se notifica.

—Ha sido el juicio de su vida.

—La exposición mediática ha sido extraordinaria pero he estado en juicios más complejos técnicamente y jurídicamente más interesantes.

—España necesita un verano en paz.

—Más que un verano, necesita un retiro espiritual a un convento cartujo. España es hoy una barra de bar donde todo el mundo grita y come quisquillas. Gritamos demasiado. Necesitamos un receso, una desintoxicación, tomar té y sándwich de pepino.

—¿Qué película es el verano?

—De un lado «Messidor», de Alain Tanner. Messidor es la denominación del calendario de la Revolución Francesa para el mes de agosto. Es un poco progre, la odisea de dos chicas por los campos suizos en verano. La otra es «Lawrence de Arabia». La reponían cada verano en Barcelona. Yo la había visto en el Coliseum. Salías con una sed terrible y luego las cervezas sentaban estupendamente.

—Nuestro Lawrence es Marchena.

—Le agradezco a Marchena que haya establecido una relación entre iguales. La jerarquía sólo ha funcionado en la sala, durante la sesión. Fuera, hemos podido relacionarnos de verdad. Marchena es muy irónico, como yo. Recuerdo diálogos con él que parecían absurdos pero que él y yo sabíamos perfectamente lo que decíamos.

—Hasta que surgió el conflicto.

—Porque el juez comparte con otro miembro del Tribunal, Juan Ramón Berdugo, y conmigo, la pasión por el boxeo. Y mientras Berdugo y yo hablábamos de boxeadores actuales como Canelo, Marchena sólo citaba viejas glorias canarias que no conoce nadie. «¿Vosotros sabéis quién es Chicharito? ¿Y Sombrita?». Y al decirle que no, nos respondía: «No tenéis ni idea».

—Usted y Josep Riba plantearon su intervención como un juicio y no como una arenga.

—Yo no tenía nada que ver con el fondo ideológico del juicio. Es pública mi distancia con la ideología del «procés».

—Su defensa les salvaba jurídicamente y moralmente les condenaba.

—Ellos en su propaganda dirán lo que quieran. Pero lo que pasó fue lo que pasó, y sólo lo que pasó, y yo era la persona que estaba en mejores condiciones para explicarlo.

—El «nosotros» no funcionaba en usted como en los demás letrados.

—Es que yo soy parte del sistema. Cuando voy al Supremo, con jueces y fiscales estamos jugando al mismo juego. Yo soy uno de ellos. Yo veo el juicio desde dentro, y no como una farsa fascista, que es como pueden verlo los demás abogados. Yo creo que tengo razón, y que mi cliente la tiene, pero reconozco la legitimidad del Tribunal, del juicio y de las partes.

—Sus colegas, esto, lo notaron.

—Nos hemos llevado muy bien pero no hemos intimado. Entiéndeme. Yo sé que la sentencia no estaba escrita, y que es precisamente ahora cuando se está escribiendo.

—El frentismo ha borrado cualquier rastro de ecuanimidad.

—La miseria de este juicio es que a pesar de lo largo, interesante y poliédrico que ha sido, habrá pasado y nadie habrá cambiado su opinión ni un milímetro. Demasiado sectarismo. Los apriorismos y el prejuicio se habrán mantenido exactamente igual que al principio. En un sentido y en el otro, esto es muy triste.

—Si la sentencia es dura vendrán los que dicen que la Justicia está controlada por la política.

—¿Pudo el gobierno del PP influir en sus procesos? No. Y así cayó Rajoy. Ya está todo respondido.

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