Antonio Tovar y «Antígona»
Antonio Tovar y «Antígona» - Nieto
DOMINGOS CON HISTORIA

La Antígona de Antonio Tovar

La pasión del historiador por la cultura griega le llevó a ofrecer algunas de sus mejores meditaciones

Madrid Actualizado: Guardar
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Entre las diversas perspectivas con que se planteó la idea de España tras la guerra civil, correspondió a Antonio Tovar emprender el camino de las potentes analogías con el mundo clásico. Era Tovar uno de los brillantes universitarios españoles cuya formación pudo mejorarse en las aulas alemanas, gracias a la tarea ejemplar de la Junta de Ampliación de Estudios. La crisis de España le llevó a elegir bando, integrándose en el círculo de intelectuales de Burgos, encargado de las labores iniciales de propaganda falangista. A ese periodo corresponden algunos de los trabajos en los que analizaba los problemas de la «revolución nacional» emparejándolos con circunstancias vitales de la Roma y la Grecia antiguas.

Nada extraño resultaba este recurso, tan utilizado en los ambientes del fascismo y la extrema derecha mediterráneos, y que, con su elección de Roma como referencia ,también había servido al Ortega de España invertebrada para entender mejor la escasa calidad de la nacionalización española.

Lo clásico opuesto a lo romántico había sido esgrimido por José Antonio Primo de Rivera en varias ocasiones, y en la historia de la derecha española había calado hondo la visión de la supremacía latina sobre lo que Menéndez Pelayo llamó «las brumas del norte», que el sector más radical del nacionalcatolicismo percibió como contrapunto meridional al racionalismo germánico.

Sin embargo, fue al concluir la guerra cuando Tovar ofreció algunas de sus mejores meditaciones, fruto de su pasión por la cultura griega. Su inquietud intelectual le llevó entonces a asociar el ímpetu moderno del fascismo europeo al mensaje joseantoniano de la revolución española: el regreso de la nación sobre sí misma, el reencuentro con valores tradicionales auténticos, cuya actualización permitía hacer frente a los desafíos de la modernidad. Esta síntesis de rebeldía y orden, de voluntad y razón, de comunidad y Estado, era el núcleo de una propuesta destinada a superar las contradicciones de la penosa historia reciente de España.

En ningún otro episodio de la inmensa crisis europea de los años de entreguerras se había considerado como solución revolucionaria el regreso a la tradición. Pero el prestigio de aquella síntesis debía mucho a la propia vía española a la modernidad, en la que la resistencia de los valores católicos, el culto al humanismo cristiano y el recelo ante el racionalismo burgués habían desempeñado un papel tan importante. La derrota del liberalismo y del socialismo , sin embargo , había arrojado esa vertiente, esa dimensión de la historia española al terreno exclusivo de las fuerzas políticas vencedoras en 1939. Los intelectuales del nuevo régimen se enfrentaban ahora al desafío de integrar en un mismo proyecto la salmodia moderna y el espíritu tradicional y al de hacerlo con una cierta elegancia y claridad que ayudasen a publicitar los contenidos y aspiraciones de la llamada revolución pendiente .

Tovar estaba en condiciones de participar en esa tarea del mejor modo posible: con los recursos de una vocación largamente cultivada. La atención a los mitos, a la literatura y a la filosofía griegos le dio aliento para escribir uno de los ensayos más hermosos y sugestivos que expresaba el ensamblaje de aquellas primeras luchas del espíritu y el equilibrio de revolución y tradición que el falangismo deseaba inspirar. «Antígona y el tirano» era una reflexión sobre la bipolaridad existente entre la geometría de la inteligencia y el flujo espontáneo de la vida; entre el orden fabricado por la modernidad y los valores permanentes de la tradición; entre la voluntad del príncipe y los derechos del individuo; entre la norma del Estado y la lealtad a los afectos religiosos de la comunidad.

De forma habitual, el mito de Antígona ha servido para afirmar la libertad del individuo frente a las exigencias del despotismo. Tovar quiso llevar las cosas mucho más lejos. Antígona no era solo la imagen de la libertad, sino el reconocimiento de las raíces inextinguibles de la persona, de su vinculación a unas creencias, de su inserción en lo más profundo de una cultura. Antígona no lucha ni muere por su rebeldía, sino por su sumisión a códigos más altos que los de la autoridad. No defiende una libertad abstracta frente al poder, sino una lealtad a valores que se consideran supremos porque son los de siempre, los que le vinculan a los mandatos de los dioses, los que le dan un sentido moral, los que impulsan un orden anterior a la legitimidad temporal de la voluntad de un tirano. Frente a la norma de un gobierno, existen las leyes profundas de la tradición, en las que se ha fundamentado el concepto mismo de religión: vínculo, trama, atadura que da significado a la propia vida en un sistema de justicia primordial en el que todo ha sido dispuesto.

La historia de Antígona es trágica porque sus protagonistas no pueden abandonar el papel extremo que el destino les asigna. Y es tragedia en otro sentido , el de un episodio ejemplar, que perdura en el tiempo y nos ofrece un criterio moral. Tovar simpatiza, como todos, con aquella mujer que defendió las leyes de los dioses frente a un Creonte que debía custodiar el principio de autoridad y el buen gobierno. Pero se trata de una ternura fraternal que no debe ahorrarnos una preocupación moral inevitable. La tragedia es la falta de equilibrio entre la razón del príncipe y el culto a las leyes no escritas, entre el orden reglamentario trazado al compás y la piedad que derraman las creencias antiguas. Con fina ironía, Tovar responde a quienes le indican que, de buscar ese equilibrio, no habría tragedia. «En la suprema conciliación, en la evitación de tragedias, está la verdadera clave de toda política. Nuestra historia de España moderna, tan rica en formidables tragedias nacionales, es la prueba más grande de que lo que nos ha faltado durante siglos ha sido precisamente eso».

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