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Brasil vota en la encrucijada

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Sea quien sea el que gane las elecciones hoy en Brasil, el nuevo gobierno deberá lidiar con una economía que enfrenta múltiples retos: un crecimiento decepcionante, una inflación que preocupa y una sed de inversiones que es un cuello de botella para el desarrollo. Como contracara de esos desafíos, la futura administración recibirá una población menos pobre, mejor nutrida y educada, más saludable, y también más exigente. La nueva clase media reclama mejor salud, educación y transporte, sin olvidarse de sus reivindicaciones para conseguir más salario y crédito para el consumo y la vivienda.

Desde el punto de vista macroeconómico, el gigante dormido, que se había ido despertando para devenir en la séptima economía del mundo, parece ahora sosegado y sin rumbo. Si vuelve a dormirse, los avances conseguidos en el plano social podrían diluirse a medio plazo. Durante el mandato de Dilma Rousseff el crecimiento fue magro, un lujo que Brasil no puede darse. En 2010, cuando el entonces presidente Luiz Inacio Lula da Silva le pasaba el mando, la economía había crecido un 7,5%. En 2011, sin embargo, cayó al 2,7%, en 2012 se redujo a uno y en 2013 creció sólo un 2,3%.

A lo largo del 2014 ha habido dos trimestres consecutivos de retroceso y en julio se produjo una leve recuperación. En las proyecciones para todo el año, el Banco Central prevé un crecimiento de 0,7%, mientras que el Gobierno apunta a un 0,9% y los mercados al 0,2%, a pesar de que el país fue sede de la Copa Mundial de Fútbol este verano. «Hay que volver a empezar y arrancar para otro lado», recomienda el economista Juan Pablo Ronderos, de la consultora Abeceb. «La economía brasileña está estancada desde hace un tiempo largo y el Gobierno tiene cada vez menos herramientas para empujar el crecimiento», advirtió el especialista.

Para Ronderos, la inversión -por debajo del 20% del Producto Interno Bruto (PIB)- es muy baja como para impulsar un desarrollo más acelerado. Señaló además que Brasil tiene altos costes logísticos por falta de una buena infraestructura de puertos, caminos y vías férreas y eso traba el crecimiento.

Estabilidad laboral

En los últimos años, Rousseff confió mucho en el mercado interno, que es pujante. El índice de paro en Brasil es del 4,9%, el salario real creció, hay estabilidad laboral y los programas de transferencia de ingresos, como Bolsa Familia, mantienen elevados niveles de consumo en el país. «Pero eso se agotó», alerta el economista, aún cuando el votante medio no lo advierta.

Impulsar más el consumo, como pretende el Ejecutivo, repercute en el alza de precios. El programa de metas de inflación fijó en 4,5% el índice anual, que puede llegar hasta el 6,5%, el máximo fijado por el Banco Central. Aun así, Dilma Rousseff superó un poco ese límite. Tuvo que volver a subir la tasa de interés, que se mantenía baja para estimular la demanda. Pero el riesgo de inflación sigue latente.

«Cada vez que Brasil crece tiene el problema de la inflación y eso es porque tiene pocas inversiones», insistió Ronderos. «Hay que mejorar la infraestructura y ganar en competitividad», afirmó. De esa manera, el país podría tener una industria más pujante. Ahora que los precios de los productos básicos disminuyen se agudiza el problema de la «reprimarización» de las exportaciones. En el 2000, el 59% de las exportaciones brasileñas eran productos manufacturados. Ahora ese porcentaje cayó al 38%.

Las importaciones chinas son un dolor de cabeza para la industria de Sao Paulo. Una de las alternativas que baraja el Gobierno es reemplazar al desgastado ministro de Hacienda, Guido Mantega, por un empresario de ese sector. Aún con este panorama económico mediocre, Dilma Rousseff sigue siendo favorita. Y es que en materia social, el Partido de los Trabajadores (Lula primero y Rousseff después) lideró un programa de transferencias de ingresos que nadie quiere perder.

Con apenas el 0,5% del PIB se financia la Bolsa Familia que beneficia a 50 millones de personas -sobre una población total de 200 millones-. Eso permitió que 36 millones de brasileños salgan de la indigencia y que 42 millones se integren a la clase media. De 2002 a 2013 se redujo en un 82% la población desnutrida. Pero también hay otros 18 planes sociales que atienden necesidades básicas de 85 millones de ciudadanos, según el Ministerio de Desarrollo Social.

«Lo que explica el seguro triunfo de Rousseff en primera y segunda vuelta son esos enormes beneficios que dieron ella y Lula a los más pobres», explicó Pablo Gentili, profesor de la Universidad de Río de Janeiro. «Hubo un cambio real en las condiciones de vida de millones de personas y ese cambio está asociado a este Gobierno», interpretó.

Menos pobreza

La pobreza pasó del 36,4% en 2005 al 18,6% en 2012. Si se compara el Brasil actual con el de 1980, la expectativa de vida subió de 62,7 a casi 74 años y la cantidad de años promedio que los brasileños permanecen en la escuela creció de 2,6 a 7,2 en el mismo período. Los estudiantes universitarios pasaron de 3 a 8 millones en una década.

«Una empleada doméstica que vivía en una favela y tenía un hijo de ocho años cuando asumió Lula da Silva, ahora, con el mismo trabajo puede tener una cuenta bancaria, tarjeta de crédito, comprar un ordenador para su hijo, acceder a una vivienda del plan 'Mi casa, mi vida' y mandar a ese hijo a la universidad o viajar en avión a otro Estado para visitar familiares», ejemplificó Gentili.

En 2012, el 11% de los brasileños adultos se embarcaron en un avión por primera vez en su vida. En cambio, lo que no varió nada es la calidad del transporte urbano. «Eso está igual que hace 10 años. Esa mujer, si vive en Sao Paulo, pierde tres horas por día en el autobús a 12 kilómetros por hora» y eso explica las protestas de julio de 2013 que exigían calidad en los servicios.

«Los brasileños piden más, pero no necesariamente confían en que la oposición se lo dará. Por eso, muchos son críticos con el Ejecutivo pero votan lo seguro», interpretó el experto. «El crecimiento económico puede ser bajo, pero ellos no lo sienten en su vida cotidiana», explicó. En este punto, se da la paradoja de que Rousseff promete «un nuevo gobierno», que pueda rendir con éxito las asignaciones pendientes en materia económica, y la opositora, Marina Silva, optó en estos últimos días por el lema de hacer cambios pero a la vez «mantener lo ya conquistado».