Una de las obras de Cristina Iglesias en la muestra. :: JAIME GARCÍA
Sociedad

Los laberintos de emoción de Cristina Iglesias

Esculpe con agua, luz, granito o bronce piezas que alternan la rigidez de la geometría más dura con la sensualidad de las sinuosas formas orgánicas La escultora donostiarra repasa tres décadas de búsqueda en el Reina Sofía

MADRID. Actualizado: Guardar
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Laberintos, pozos, pasajes, cavernas, refugios, oquedades acuosas, estancias de celosía o marquesinas. Son los espacios para la emoción, la experiencia y la indagación que conforman 'Metonimia', la muestra de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) en el museo Reina Sofía. Es la más amplia dedicada a la obra múltiple y poderosa de la creadora donostiarra, la más internacional de nuestras escultoras, capaz de esculpir con agua, luz, bronce y tiempo, y con obra repartida por espacios públicos y grandes museos de todo mundo.

Es un viaje más sensorial que cronológico por tres décadas de búsqueda a través de los retos, logros, dudas y certezas de una creadora de amplio registro que plantea preguntas para «construir ficciones y crear emociones». Una intensa aventura plástica en la que conviven texturas y formas opuestas, de la contundencia del hormigón o el granito a la transparente luminosidad del vidrio y la fugaz ligereza del agua. Un ejercicio de tensión entre materiales y formas donde la geometría más dura -cubos, ángulos rectos- convive con las sinuosas y sensuales formas orgánicas que recrean los caprichos de la naturaleza.

En estos años Cristina Iglesias ha librado una feliz y amistosa batalla con el espacio a base «de mucha intuición y algo de reflexión» y dejando que «el azar y el tiempo» aporten lo suyo a cada pieza. «Todo lo que hago es crear lugares para la experiencia; no doy mensajes. Quiero despertar los sentidos del espectador» resume la artista, que ha reunido medio centenar de piezas bajo un título que alude a la parcialidad de la muestra. Y es que no caben las más grandes, repartidas por enclaves como el fondo marino de Baja California, la jungla brasileña o las plazas y avenidas de grandes urbes y presentes mediante referencias documentales y dos vídeos.

Contemplando con perspectiva las piezas que sí están, confirma Iglesias «que todo es búsqueda», y que «mis preocupaciones eran las mismas al principio de mi carrera que ahora». Aunque la respuesta formal a esas inquietudes «ha ido variando», aún usa la arquitectura «como metáfora» y se inspira en la literatura para diseñar sus singulares celosías. Son «túneles del tiempo» que permiten al espectador «quedarse o atravesarlos, pero siempre sentir» unas estancias imaginarias que estructura con tramas de arcilla, fibrocemento, madera o hierro dulce trenzado en unas tiras que recuerdan al esparto.

Domadora de espacios

«Mi obra es siempre sensible al espacio que ocupa, maleable. Jamás se comporta como un monstruo rígido», dice una domadora de espacios capaz de dotar de ligereza a un techo suspendido de miles de kilos de cemento, hacer liviana una pared de hormigón mediante un reflejada, que parezca etérea una marquesina de acero y alabastro, y de esculpir con agua, el elemento menos apropiado para esta disciplina.

Premio Nacional de Artes Plásticas en 1999, Iglesias trabaja también con, vidrio, seda, resina, hierro, cobre, tapices o madera. Con sus rugosas superficies vegetales fusiona lo orgánico y lo industrial en un senda abierta con las monumentales puertas de bronce que Rafael Moneo le encargó para la ampliación del Museo del Prado «y que supusieron una inflexión».

La escala de sus piezas, que también ha variado sensiblemente en estas tres décadas, la determinan los espacios en los que interviene. Ahora está más comprometida con grandes proyectos en los que juega «con el movimiento y el tiempo». Como las fuentes a guisa de ríos que ha diseñado para Toledo. Estarán en el corazón de la milenaria ciudad de las tres culturas, como la plaza abierta entre la catedral gótica y el ayuntamiento de estilo herreriano. Allí emplazará una de sus cuatro fuentes toledanas, lechos de ramaje orgánico horadado que recuerda las puertas del Prado y que simbolizarán «el fluir de las diferentes culturas».

Con esta trama orgánica juega en otras pieza cruciales, como 'Habitación vegetal' (2005) o 'Hacia la tierra' (2011), hito y corazón de 'Metonimia'. Es una fuente de varias toneladas, con el interior de ramaje de bronce y exterior de granito negro creada para la bienal de Sidney, donde debe regresar. «El flujo y el reflujo del agua impiden que la obra permanezca fija en un estado particular», explica la artista, que juega con la misma idea en otros tres 'pozos' de estructura semejante expuestos en el patio del edificio Sabatini. Sus interiores son otros laberintos vegetales de hojas, raíces y barro esculpidos en bronce que permiten que el agua discurra y origine distintos sonidos según la intensidad del caudal.