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Los derechos del dolor

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Aceptamos que la enfermedad y el sufrimiento son razones legítimas para relajar las exigencias sociales y personales a las que debemos someternos normalmente. En nuestra infancia las madres decían un refrán: «no siento que mi niño enfermara, sino las gachitas que le quedaran». Léase caprichitos donde dice gachitas.

Disculpamos la respuesta desabrida del amigo con jaqueca o dolor de muelas; entendemos la insistencia, rayana en la descortesía, en rehusar nuestras invitaciones y cuidados de quienes han sufrido una gran pérdida. Comprendemos y respetamos su duelo.

En nuestra sociedad hay ahora mucho dolor. Un sufrimiento que ya no esperábamos, pero que muchos conocíamos. Hace un par de años que crucé la frontera del medio siglo. Muchas personas de mi edad o mayores que yo podrían citar las palabras del robot replicante Roy Batty, encarnado por Rutger Hauer en Blade Runner: «yo he visto cosas que vosotros no creeríais». Vimos una dictadura, toda ella corrupta de arriba abajo; vimos caer bajo las balas de la policía a compañeros de Facultad; vimos un Estado centralista alejado de la realidad de los territorios y de las personas; vimos el paro sin ningún tipo de protección social; vimos a millones de personas abandonar el país para ir a trabajar, sin estudios, sin papeles; vimos la pobreza, la digna y la indigna; vimos la falta de enseñanza, de sanidad, de pensiones; vimos y vivimos muchas cosas.

En estos tiempos de sufrimiento para muchos, España se está llenando de oportunistas y plañideras profesionales, gente que, con la billetera llena, ocupa las tribunas políticas y mediáticas, y grita un dolor y una rabia postizos. Sin el pudor, ni la vergüenza de quien mide su dignidad en la capacidad de controlar su dolor, esa gente cree que el dolor ajeno les da derecho a mentir sobre la realidad económica o política; a no meditar lo que dicen o escriben; a extender la ira que ciega la inteligencia de las personas; a acusar y juzgar sumariamente sin informarse. Gente que azuza a la masa de acoso contra los representantes elegidos por los propios ciudadanos, sin distinción, en un juicio sumario y colectivo. Los políticos dicen, para no decir los representantes, para no decir la democracia. Todo eso lo hacen con la coartada del sufrimiento de la gente, de una gente que es más fuerte que ellos, más serena, más sensata, de gente que sabe que el dolor no es una excusa para la vileza. No es probable que consigan sus objetivos políticos, pero es seguro que se están poniendo perdidos de gachas. Tan duros en la berrea y tan blandos en la pelea de la vida.