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El guirigay mentiroso

Con la crisis está pasando lo mismo que en las guerras: que la primera víctima es la verdad

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A medida que el problema de la crisis rompe los diques de contención convencionales y desborda a líderes políticos, sociales, gurús, a los analistas, a los tertulianos, a los contertulios, a los curas, a las ONG, y, en general, a los facultativos que se ganan la vida explicando las cosas al pueblo llano, el éter se nos llena de un guirigay incomprensible y casi insoportable. Cuando las palabras y los argumentos se muestran impotentes ante la montaña rusa de la Bolsa y los mercados; cuando son inútiles ante una hipoteca ejecutada o una empresa que debe bajar la persiana, los líderes sociales echan mano de una retórica popular aderezada con algunos conceptos como mercado, estabilidad, déficit fiscal, techo presupuestario, ajustes, recortes, apaños, rescate, no rescate, precipicio, asomarse y tal. Y nadie entiende nada. Es más, la gente acaba sospechado que las cosas están mucho peor de lo que están.

Puede ser que la mayoría de los que hablan para el público apurados por su propia ignorancia del curso de las cosas caiga en la tentación de introducir deliberadamente cierta oscuridad argumental para eludir la cuestión. Eso por un lado. Por otro, se agudiza la querencia a la magia de las palabras talismán como diálogo, consenso, esfuerzo, austeridad, crecimiento, esperanza, convicción, que siempre han funcionado como catalizadores de las emociones del público. Pero como estamos viviendo este siglo XXI como si fuera el otoño de la Edad Media que relató Johan Huizinga las voces de siempre ahora no sirven. Y además depende de quién las utilice significan una cosa u otra.

Cada vez desconfiamos más del buenismo de las palabras porque nos estamos jugando las cosas de comer. Aquí lo de menos es la sigla detrás de la que se parapetan algunos para sumarse a un argumentario previsible. La gente ve en peligro el puesto de trabajo, el futuro de los hijos, los ahorros de toda una vida. Palabras mayores. Y con la crisis está pasando lo mismo que se dice de las guerras: que la primera víctima es la verdad. Al guirigay de las palabras mágicas, o los eslóganes destinados a amortiguar el golpe o despertar emociones, se suma una información de carácter económico-financiero muy poco fiable. El pagano asiste aterrorizado al espectáculo de una gran partida de póquer 'mentiroso' donde las fichas son cientos o miles de millones de euros de nuestro futuro estado de malestar. Y mientras soporta un torbellino de argumentos o compromisos que solo resisten el paso de unas pocas horas, crece su desconfianza. Los franceses han llamado a ese estilo enfático y engañoso: la 'langue de bois' (la lengua de madera) y tomaron prestada la expresión de los rusos que se burlaban del espeso estilo burocrático que utilizaban los funcionarios de la época zarista para tapar su ineficacia, su pereza o su corrupción. Pues eso.