Editorial

Jubileo de gratitud

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Aunque una mayoría de los británicos estiman, razonablemente, que en los últimos sesenta años el Reino Unido ha declinado en el mundo, a ninguno se le ocurre culpar de ello a la reina Isabel II. Al contrario, muchos más creen que el país estaría peor sin ella y le reiteran su simpatía y su calor cuando cumple exactamente sesenta años en el trono. Atinadamente, la propia reina y el gobierno han entendido que el pueblo debía estar abierta y calurosamente asociado al evento, que subraya algo más que estabilidad institucional, y está siendo realmente masiva la participación, desde verbenas y reuniones populares hasta procesiones, saludos y la extraordinaria parada naval de más de mil embarcaciones de todas clases en el Támesis. El mérito de la reina, llamada muy joven a ceñir la corona, es grande, particularmente por su capacidad para lidiar con las vicisitudes de todas clases sufridas por su familia y, lo que es muy relevante, por su solvente conducta personal, dedicada al bien público con talento y sobriedad. Se merece, y de lejos, la masiva adhesión popular que recibe estos días a sus 86 años.