Editorial

Europa por enterada

La ciudadanía no podrá percibir que el 5,8% de déficit les resulta más llevadero que el 4,4%

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El momento llegó ayer. Después de diez días manteniendo un pulso sordo con el Eurogrupo a cuenta del objetivo de déficit fijado unilateralmente por el presidente Rajoy en un 5,8% para 2012, el ministro de Economía, Luis de Guindos, tuvo que explicar las razones que han llevado al Gobierno a adoptar esa decisión y, sobre todo, las medidas que piensa aplicar para alcanzar la meta última del 3% de déficit al finalizar 2013. El programa de austeridad y reformas que el Ejecutivo Rajoy está llevando a cabo supone un esfuerzo que tanto las instancias europeas como los mercados parecen valorar. El encuentro que De Guindos mantuvo ayer con su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble, permitió constatar ese reconocimiento. El problema es que se trata de una apreciación moral que no compromete políticamente a los demás socios, y que continuará sujeta al examen de los resultados que vaya ofreciendo la economía española. Ayer, como no podía ser de otra forma, el Eurogrupo se dio por enterado de las intenciones del Gobierno Rajoy. Como se dará por enterado de las dificultades por las que atraviesan otras economías del euro. Las dos razones expuestas por De Guindos para revisar el objetivo de déficit, el desequilibrio presupuestario heredado de la administración socialista y la entrada en recesión, resultaron convincentes. Pero el mantenimiento del 3% de déficit como horizonte para 2013 exige un esfuerzo intenso por parte de las administraciones públicas. Tanto que probablemente los ciudadanos no sean capaces de percibir la diferencia entre los sacrificios que deba asumir durante el presente año para rebajar el déficit del 8,5% al 5,8% de los que hubiera tenido que afrontar para situarlo en un 4,4%. El paso dado por el Gobierno Rajoy podía resultar necesario, pero el «desafío soberano» frente a la disciplina encomendada por la Unión podría relajar más de la cuenta la contención del gasto por parte de las distintas administraciones. De modo que España se verá expuesta, por una parte, a los efectos de la relajación y, por otra, a la paradoja de que la revisión del objetivo de déficit obligue al Gobierno a mostrarse especialmente exigente para responder a la desconfianza que surja en el ámbito internacional.