Editorial

Ingrata economía

La política de ajuste y reforma solo podrá afrontarse si se asume que la recompensa se obtendrá muy largo plazo

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La jornada de ayer ofreció un ejemplo elocuente de lo que puede seguir ocurriéndole a la economía española durante bastante tiempo. Mientras la reforma del sistema financiero era aprobada en el Congreso con el voto favorable de populares, socialistas y convergentes, las bolsas castigaban precisamente a las entidades bancarias con bajadas entre el 2,64 y el 7,37%. Es cierto que esto último obedeció fundamentalmente a las operaciones bajistas en el mercado bursátil, posibilidad restituida por la CNMV. Pero resulta imposible sustraer el desplome de las entidades financieras y la caída del Ibex de la sucesión de noticias negativas y vaticinios pesimistas que empantanan las perspectivas económicas. Ayer se conoció que el Gobierno prevé un primer trimestre en «recesión técnica» después de que el último de 2011 decreciera en un 0,3% a causa del retraimiento del gasto público y del consumo de los hogares, con una contracción de la inversión del 6,2%. Y aunque el Gobierno griego cumplió también ayer con las exigencias de la 'troika' para liberar el segundo fondo de rescate, el hecho de que el Eurogrupo pospusiera la reunión decisoria del pasado miércoles al próximo lunes ya había incrementado la tensión de los mercados. Secuencias semejantes a la descrita pueden repetirse una y otra vez a lo largo del año. Es el contraste permanente entre las medidas de ajuste inmediato y reforma de alcance que va adoptando el Gobierno frente a la insaciabilidad de una economía global, en parte especulativa, que no acaba de superar este estado de turbulencia continua sobre el espacio europeo. Resulta ingenuo creer en la eventualidad de que los mercados vayan a relajarse algún día, porque ello supondrá que habrán dejado de serlo. Pero la inquietud que comienza a cundir en la esfera española, sobre todo entre quienes acaban de asumir responsabilidades de gobierno, es que los drásticos recortes y los no menos drásticos cambios en la regulación de las relaciones económicas constituyan, por su carácter ineludible, apuestas a tan largo plazo que, en el mejor de los casos, no ofrezcan otro retorno político que la satisfacción moral del deber cumplido. Nada sería más pernicioso que caer en el fatalismo de sentirse, de facto, intervenidos.