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El silbato

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Había conseguido, no sin grandes estratagemas, alquilarle a la ACNUR un destartalado galpón en el puerto de Mogadiscio. Esa agencia de la ONU, conocida también por el acrónimo UNHCR, dice ocuparse del bien de ingentes catervas de refugiados que deambulan exánimes por el mundo, con probada ineficacia. Les costaba trabajo entender que lo que les pagaba con largueza les podía permitir paliar más de un problema, dado que allí, entonces y ahora, un dólar resulta ser una fortuna. Atrapados por la burocracia, escaso margen les quedaba para entender algo tan sencillo, más aún cuando ese galpón no lo utilizaban. Vencida esa necedad administrativa, hube de acomodar en ese lóbrego recinto a tres brigadas de guardianes, para que hicieran lo que solían: dormir. En Somalia la custodia es meramente testimonial, ya que todo el país lucha contra la galerna del surrealismo moral.

Uno de los guardianes, Karim, al que sistemáticamente encontraba dormido en mis rondas nocturnas, para velar por los guardianes más que por lo guardado, me dijo que necesitaba un silbato con el que alertar a los demás vigilantes, es un decir, de la ACNUR, que eran una legión, en caso de asalto, hecho habitual. Me puse a ello, con esmero y perseverancia, llegando a encontrar, ¡al mes!, un silbato sinfónico, por puro milagro, en un bazar del barrio de Hamargüeini, guarida de sátrapas. Allí es más fácil comprar un kalashnikov o un mortero sin retroceso que un olímpico silbato.

Al entregarle a Karim dicho silbato, exclamó suspirando: «¡Capo, por fin puedo dormir tranquilo!». Cuando se llega a esos niveles de candidez cretina, a ese estado de ruina mental, a esa falta de conciencia de los derechos y obligaciones, se desnaturaliza cualquier sistema de gobierno de la Nación y del Estado, pues esos comportamientos relajados por la desesperanza y el desconocimiento de las raíces problemáticas, responden a un estado de pandemia asoladora. Mas no únicamente en los países ahorcados por la hambruna y la miseria estructurales, ya que también esos terremotos del análisis radical de los problemas arrasan a Occidente, ética y económicamente. Hablar de reducción del déficit público y privado, por ejemplo, sin hablar de aumento de la productividad y la gestión honorable de la tesorería, sin hablar de ampliación de los mercados, internos y externos, sin mencionar el absentismo, sin hablar de educación madura y de cohesión social, solidaria, resulta ser lo mismo que comprar un silbato para seguir durmiendo. La hipocresía y el egoísmo, asfixian a las alertas de la conciencia inteligente.