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¿Quién se ha llevado...

Los indignados no están buscando «queso nuevo» sino enrocándose en la lamentación

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Mi queso? La pregunta que daba título al best seller de motivación más vendido, citado y difundido de finales del siglo pasado suena ahora dramáticamente sarcástica en un país con cinco millones de parados de los cuales unos cuantos (millones) no han encontrado aún su primer empleo y otros tantos (cientos de miles) no tiene la mínima esperanza de volver a colocarse en el mercado. En 1998 Spencer Johnson lanzó un librito con el curioso título de '¿Quién se ha llevado mi queso?' donde, a modo de fábula, desarrollaba las dos actitudes con las que se podían afrontar la perdida del empleo, el despido de la empresa o un simple cambio dentro de la oficina. El queso es la metáfora del trabajo y la estabilidad que los protagonistas de la historia hombres y ratones consumen despreocupados y convencidos de que es inagotable. El drama estalla el día que los seres de la fábula (por otra parte deliberadamente infantil, casi naif) llegan a sus recovecos en el laberinto donde se almacenaba el queso y no queda ni una migaja. El trauma de la pérdida del queso se puede afrontar, según el psicólogo californiano, refugiándose en la lamentación y la estupefacción de la desgracia que siempre les sucedía a otros, o ponerse inmediatamente en marcha para buscar «queso nuevo».

Siento mucho decirlo pero creo que los movimientos de indignados capitaneados por Hesse, o, incluso la revolución silenciosa impulsada en Islandia por Torfason, movilizados en las calles y en las plazas «por un mundo mejor y con menos corrupción», no están buscando «queso nuevo» sino lamentándose por la pérdida de algo que creían inagotable; buscando culpables (que los hay) y enrocándose en la frustración y el enfado. Pero otros se han sacado el pasaporte y ya andan por el Reino Unido o Alemania buscando queso nuevo. También, jóvenes parados meten horas intentando imaginar nuevos tipos de negocio en Internet y produciendo ideas encerrados en el garaje de la casa paterna o en sus cuartos de adolescentes desde donde luchan por adaptarse a un mundo cambiante. Saben que poner un local de copas, una tienda de ropa o una peluquería solo garantiza muchos boletos para el fracaso y que es preciso exprimir la imaginación para encontrar una idea con la que destacar en el mercado. La confianza asentada en muchos sectores de opinión de que tras los indignados está el futuro, el cambio, la transformación, no convencería a un Spencer Johnson que nunca recurrió a los caminos de la política para explicar el origen de la adversidad. Y tampoco el mapa para recorrer el laberinto y encontrar la felicidad. Es importante apostar por la renovación de la democracia, el castigo a los corruptos, el cambio social, pero guarecerse detrás del movimiento y eludir la responsabilidad personal puede conducir a la melancolía más allá de los treinta.