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El Yo de Bildu

Como los adolescentes indómitos, saben cuál es su deber, pero se muestran remolones

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No permitirán que otros les marquen los ritmos, no les gusta que otros les dicten las palabras que han de decir. Con distintas variantes, el argumento aflora en boca de los dirigentes de Bildu cada vez que alguien les pregunta cuándo. Es un cuándo que los emplaza a la ineludible declaración de condena de los crímenes etarras y a los obligados gestos de reparación hacia las víctimas, y que cada día que se retrasa añade una nueva duda acerca de las buenas intenciones manifestadas por la coalición en la campaña electoral de hace tres meses. Ellos tienen su ritmo y su lenguaje, faltaría más. Todos lo tenemos. A nadie le agrada tener que hablar por boca de otro ni hacer las cosas en el momento que se lo ordenan. Es el viejo pero eficaz razonamiento, tan persuasivo, que se ampara en el principio de la libertad, tan sagrado. Y tan postmoderno, cuando se emplea 'pro domo sua' sin tener en cuenta los intereses, los deseos y los anhelos del resto en una cultura donde Su Majestad el Yo ha alcanzado un poder omnímodo y avasallador.

Un ejemplo muy pedagógico de su uso falaz lo aportó Aznar cuando, a propósito de los niveles máximos de alcoholemia autorizados a los conductores, lanzó al Gobierno aquello de «¿A mí me vas a decir tú lo que yo puedo o no puedo beber?». El jacarandoso desplante del expresidente no solo colocaba la libertad del sujeto por encima de cualquier otro criterio, sino que elevaba la autoridad del yo a la categoría de razón última. No hay que ser un maestro de la lógica para imaginar los absurdos a que puede conducir semejante postura. Pero a primera vista el argumento del libre albedrío cala con facilidad en el oyente, porque apela a un valor tan cotizado como el de la realísima gana. ¿No dicen los libros de autoayuda que hay que cultivar la autoestima? ¿No quedamos en que hay que atender a las órdenes de la voz interior?

Ahora bien, hay circunstancias donde es menester plegarse a otros designios. Tal vez Bildu está tan acostumbrado a que la violencia etarra escribiera la agenda política de una sociedad acosada que ahora ve imposiciones allá donde no hay sino invitaciones, ruegos y apremios más que justificados. La obsesión de no dejarse guiar produce más meteduras de pata que aciertos. Sin embargo, cada vez que Bildu recurre a la escapatoria dialéctica de remitirse a sus ritmos y a su lenguaje, está reconociendo implícitamente la obligación de actuar en la dirección que se le pide. No rechaza el objetivo, sino las prisas. No se opone al mensaje, sino a las palabras para expresarlo. Como los adolescentes indómitos, los bildutarras saben cuál es su deber y qué se espera de ellos, pero se muestran remolones, actúan como el procrastinador que lo va dejando una y otra vez para el día siguiente que nunca llega. No dicen que no lo vayan a hacer, pero será cuando se les ponga en los caprichos. Paciencia con ellos.