HABLANDO CLARO

No te digo adiós

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Entre nosotros nunca hicieron falta protocolos, a pesar de lo que te gustaban las formas clásicas. Bastaba una llamada y una fugaz visita para sentirnos unidos. O un rato los fines de semana, junto a tus nietos en la casa grande de la calle Medina. Doy gracias a Dios de haber podido disfrutar de ti durante muchos años, y porque todos ellos los has vivido en plenitud de facultades hasta los últimos días. Te has ido en la Pascua gloriosa de la Resurrección del Señor, ese Dios al que me enseñaste a rezar y a querer desde muy niño. Contigo me acerqué a los misterios de la Fe, lo mismo a los profundos que a esos otros que aprendí a buscar contigo por las calles y plazas de Sevilla y de Jerez, cuando la primavera anunciaba que Cristo asomaría por una esquina en flor de azahares, o María vendría arropada en claveles y saetas por una plaza recoleta y humilde, en la que tú me contarías que un día, cuando fuiste muchacho, estuviste con fulano o mengano viendo ese mismo paso. Tú me enseñaste las tres cosas básicas que hoy llevo a gala, y que aprendo a valorar con el paso de los años: Buen católico, buen español y buen cofrade. De todo me diste sobrado ejemplo. Cuantas veces vi tu figura arrodillada en aquel confesionario de Santo Domingo, junto al Padre Ramón, en un ignoto diálogo de pecados y penitencias. Cuantas veces me enseñaste la raíz íntegra y sincera de un patriotismo que no estaba hecho de teatralidades y gestos vacíos, y que tú te encargaste de demostrar sobradamente durante tres años en las trincheras.

Cuantas veces me hablaste del Valle, de los Piazza, de Barrau, de aquella salida imposible de San Esteban, del abuelo Justo, de tu cruz nazarena de penitencia tras la Guerra Civil, detrás de los pasos de la cofradía de tus amores. No tengo otro patrimonio importante que esa inmaterial herencia que me has legado, y que llevo conmigo insobornablemente fiel a tus enseñanzas. Ahora te tengo de otra manera, y te siento conmigo desde ese Cielo al que habrás subido para estar junto a Dios.

Cuando pasen los meses y se sucedan las estaciones, te buscaré en los recuerdos de una playa de Huelva, en el Belén del Sanatorio, en el árbol viejo que duerme su sueño de once meses en Arboledilla, y en el azul y blanco de mi santo hábito nazareno, morado Valle de tu Sevilla natal. No te digo adiós porque no te has ido. Porque nunca te irás.