Alumnos de Primaria entran en el aula a comienzo de curso. :: ANTONIO VÁZQUEZ
LA HOJA ROJA

NATIONAL GEOGRAPHIC

Se acabó la educación democrática, esa en la que el niño decide, y se acabó también la educación permisiva, esa en la que el niño exige

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un documental de animales es uno de esos lugares comunes a los que tanto recurrimos cuando la ocasión la pintan calva -y cada vez tiene menos pelo, la ocasión- y cuando necesitamos ir de culturetas por la vida. Los documentales de animales son esos programas que ni suben la audiencia, ni cuentan para los share, ni reciben premios Ondas, ni pinchan, ni cortan, pero por los que todos -sin excepción- confesamos sentir una adoración tremenda y un interés inusitado. Será que los de mi generación crecimos con Félix Rodríguez de Lafuente y sus canis lupus -menos lobos, diríamos ahora- y que aprendimos a distinguir a un águila hambrienta de una hiena muerta de risa, por lo que nos rendimos ante una pandilla de leones acechando a una cebra herida a la hora de la merienda, y hasta disfrutamos. De ellos, de los documentales de La 2, aprendimos cómo hay que acorralar a las víctimas; de ellos, conocimos cuándo entra en celo la zarigüella y cómo cortejar a la sabandija, de ellos aprendimos que el hipopótamo acorralado corre más que el Fugitivo. Consejos prácticos para la vida moderna, qué le vamos a hacer. Algo bueno tenían que tener aquellos años ochenta, además de la Nocilla, que ha vuelto más empalagosa que nunca con un Bisbal que nos recuerda que la leche, el cacao, las avellanas y el azúcar son la fórmula magistral para seguir acudiendo a la consulta del dentista durante muchos, muchos años.

En fin, esa manera de estudiar y distinguir los comportamientos animales en la sabana africana o en el desierto del Serengeti -¿por qué todos los animales de los documentales viven en el mismo sitio?- es la que luego nos ha servido para reconocer un «fondo de reptiles» o una «madre tigre». Sí. Definitivamente habría que promover la emisión de un National Geographic diario y otro «de luxe» para los fines de semana, porque nunca habíamos hablado tanto de animales como en estos días en los que hemos estado intentado justificar el fracaso escolar de esta Andalucía imparable -donde puede uno ir haciendo su testamento vital con firma electrónica por si le pierden los análisis de sangre en el centro de salud y luego no hay tiempo- con la demencial práctica oriental que capitanea Amy Chua y su peculiar y autoritaria manera de educar convertida en decálogo en su libro 'Elogio de la madre tigre'. Y es que esta profesora de la Universidad de Yale -el prestigio es el prestigio, por encima de la excelencia y los programas de la Junta de Andalucía- se atreve a pedir una vuelta a los orígenes en la educación de los niños, que traducido resulta que obedezcan y crezcan sumisos sin molestar ni rebelarse. Un poco como la política municipal, no sé si me entienden, pero aplicada a la escuela. Se acabó la educación democrática, esa en la que el niño decide, y se acabó también la educación permisiva, esa en la que el niño exige. Se impone otra vez el «porque yo lo digo» que tan buenos resultados está dando en Oriente, y ¡ojo! que lo del dragón chino que se está despertando no es ninguna tontería, que dice el refrán que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, debes poner las tuyas a remojar.

Total. Que de «política-tigre» ya sabemos mucho por aquí. El tigre -no lo digo yo, sino los documentales de La 2- acecha, persigue, acorrala, asfixia y nunca pierde, en todo caso, empata. Y el empate, para el tigre, ya es una derrota. Tanto sabemos de la política tigre, que el «fondo de reptiles», nos ha resultado tan familiar como un «nido de víboras» en pleno corazón de la Junta de Andalucía. Es lo que tiene, que los bichos nacen, crecen y se multiplican -lo aprendimos en Ciencias Naturales- y en la guerra cualquier trapo es una bandera, mucho más si el trapo está sucio. Ahora, otra vez está la pelota en juego, que si los ERE, que si Mercasevilla, que si los nombres son falsos, que si fueron engañados, que si no sabían nada, que si todo es legal hasta que se demuestre lo contrario, que si llegaremos hasta el final, que si «yo no ha hecho», que si buscaremos al culpable, que si hay que depurar responsabilidades, que si tú, que si yo. nada nuevo bajo el sol de la campaña electoral. Algo que las arañas caléndulas llevan siglos haciendo: instalarse en una flor, camuflarse tomando el color de ésta y esperar tranquilamente a sus víctimas mientras pasan inadvertidas para sus depredadores.

¡Ay!, qué previsible es todo. Tanto como que a la estampida de ñús siempre la están esperando los cocodrilos con la boca abierta, en el mismo sitio, a la misma hora. Tanto como que los carroñeros esperan a que el guepardo se haya comido al antílope para ir corriendo a chupar los huesos. Es la vieja historia del mundo. No hemos cambiado tanto. Unos cazan, otros son cazados, la cadena alimenticia. Lo que muchas veces olvidamos es que al león, al único e indiscutible rey de la selva, siempre lo acechan los buitres. Por lo que pueda pasar.