Editorial

Mubarak se enroca

El presidente opta por un gran riesgo y de paso, se lo hace correr al país

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Contra un pronóstico muy extendido, el presidente Mubarak hizo saber ayer que sigue como jefe del Estado. Aunque transfiere el trabajo de la transición política a su vicepresidente, Omar Suleimán, indicó que tal transición se extenderá «de hoy a septiembre» y propuso cinco reformas constitucionales de calado. Además, en un tono solemne y muy barroco en sus alabanzas al «gran pueblo egipcio», rechazó todo 'diktat' extranjero y reiteró que morirá en suelo egipcio. La decepción entre los cientos de miles de manifestantes de la plaza Tahrir fue instantánea, pero también el desconcierto en los medios políticos, incluidos los del viejo oficialismo, porque hasta la nueva dirección del Partido Nacional Democrático, la espina dorsal del régimen, había sugerido que lo mejor para todos sería que el presidente «se hiciera a un lado». En cierto modo, Mubarak ha hecho caso y la sola concesión es que al entregar la batuta de la reforma y el cambio a Suleimán probablemente se difuminará. Correoso y probablemente asegurado el proceso por el alto mando militar, que ayer se reunió casi sin interrupción y se dijo, según su retórica habitual, «defensor del pueblo y amparador de sus legítimas aspiraciones», el presidente ha optado por correr un gran riesgo y, de paso, hacérselo correr al país entero. Si, como es seguro, ha podido dejar el sillón dignamente, ha hecho mal en enquistar la crisis, y decepcionar a la inmensa mayoría social. La oposición había aceptado negociarlo todo con Suleimán, pero siempre tras la salida del presidente y este, con su actitud, complica la tarea encomendada a su segundo que, probablemente, ahora no tendrá con quién negociar el cambio. Es una lástima que, en definitiva, todo sea cuestión de calendario: el programa de Mubarak, hoy insuficiente, habría bastado al día siguiente de la elección legislativa de diciembre con su correspondiente fraude que suscitó tantas protestas. La única explicación, y priva de toda dimensión moral a la actitud de Mubarak, es que por entonces no se había encendido la milagrosa chispa tunecina.