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«Axis mundi»

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Emulando al mítico «pimpi», apodado el «Yanki», he ejercido de cicerone emocionado, la pasada semana, del profesor Miguel Ángel Fernández, celebérrimo museólogo y museógrafo mexicano, acompañados por Juan Manuel Corrales y Eliseo de Pablos, también grandes expertos planetarios en ese científico arte de la conservación del patrimonio y la museografía más avanzada, así como la aplicada en las exposiciones espectaculares, didácticas, de gran formato, ya estables, ya itinerantes. Quise ejercer de «pimpi» atenuado, mudo, no sordo, para permitir que Cádiz se defendiera sola, durante el denso y largo paseo, de las eventuales sagaces críticas de estos tres expertos en la interpretación de la belleza y su tutela cuidadosa. Los tres conocen la historia de Cádiz mucho mejor que muchos de nosotros, con más matices y contrastes, si bien el profesor Fernández nunca había estado aquí. Contemplar analíticamente Cádiz a través del aguzado filtro de tres estetas de lucidez y cultura asombrosas, desde la distancia con la que Bertolt Brecht instruía al actor para que se alejara del drama, sobrecoge, conmueve. Escuchar al profesor mexicano catalogar a Cádiz de «Axis Mundi» y calificar a ese «eje del mundo» con alta nota, ha centrifugado mi orgullo de gaditano militante. Y este saludable sentimiento ha convocado a la cólera, incruenta, la que me induce a rebelarme contra el sino que acomoda al «Axis Mundi» en el furgón de cola de la OCDE. El que este iluminador enclave, la ciudad y su bahía, esté sitiado por las rencillas políticas fratricidas, estériles, y la abulia suicida colectiva, la indolencia ineficaz y el tedio psiquiátrico, aún exculpando a todos los afectados de cualquier delito de omisión por el privilegio de la bula de la buena fe, insta a la sublevación y al alzamiento inerme. Nuestro patrimonio legendario, mitológico, arqueológico, historiográfico y cultural, clama por su justa y rentable valorización. Este acervo, genuino, exclusivo y magnífico, convertido en modelos de negocios de industrias culturales, genera más empleo de calidad sostenible que quince «delphis». Ojalá, desde ahora mismito, nos pongamos todos juntos en marcha para explotar nuestro filón patrimonial ignoto, para no tener que volver a fiar la prosperidad a la llegada del tranvía y a las obras del muelle, como criticaba un tanguillo de carnaval de los años veinte, mientras los cocheros de la época estaban condenados a comer ostiones como único condumio o a vivir del aire como los camaleones, y aquellas gaditanas que no tenían ni para café, iban dos veces al día hasta San José por novelería progresista. La prosperidad se alcanza con el gallardo esfuerzo solidario, denodado y de todos y no con ocurrencias chistosas de camastrón.