Artículos

Hablando de banderas

Los cooperantes son hoy libres gracias a los millones que con sus impuestos han pagado los españoles

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sinceramente, un servidor no es muy de banderas. Influye el hecho de que casi siempre se acaban utilizando contra alguien, que muchas veces tan solo pasaba por allí. Influye, también, que uno, como Sainte-Beuve, tiene la manía de relacionar a la obra con su autor, y la verdad es que los creadores de banderas no son gente, por lo común, con quienes el que suscribe se iría de cañas. No lo es desde luego Carlos III, inventor de la rojigualda, ni tampoco el bueno de Ramón Berenguer IV, primer usuario acreditado de la senyera. Tampoco me mata Arsène Heitz, el padre de la bandera europea, ni la simbología que según su propia declaración se la inspiró. No es una crítica ni un menosprecio a estas personas, simplemente uno elige sus afinidades, y estos banderólogos no se cuentan entre ellas.

Metidos ya en confesiones, admito cierta simpatía por la bandera tricolor republicana, aunque por razones ajenas a las comunes o ideológicas. Me cae bien una bandera que toma el color de las flores silvestres del país al que pretende representar, y que además reúne sus dos fracciones esenciales y a menudo irreconciliables: Castilla (morado) y Aragón (rojo y amarillo). Pero nunca la he hecho ondear y desde luego nunca lo haría contra otra bandera y mucho menos contra otras personas.

Hago todas estas engorrosas precisiones personales para que se entienda mejor lo que viene a continuación. Tiene que ver con la imagen que pudo verse en Barcelona hace unas cuantas noches, cuando los camiones de la caravana de la ONG Barcelona Acció Solidària recorrieron las calles de la ciudad, portando una bandera catalana y otra europea. Ya puestos, podrían haber colocado la del Barça y la de la ONU, para subrayar aún más la ausencia de la española, mensaje que ni en ese momento se pudieron privar de lanzar al mundo y a los españoles.

Pues bien, conviene recordar a estos señores que si hoy están todos sanos y salvos en casa, después de su imprudente safari solidario, es por los millones de euros que con sus impuestos han pagado los españoles, desde Cádiz hasta Jaca, desde Badajoz hasta Cartagena y desde Almería hasta Gijón. Millo-nes de euros que han servido para sufragar esfuerzos diplomáticos, espías, sobornos y quién sabe qué más. Millones de euros que no vamos a cobrarles, y que deberían inspirarles, al menos, la gratitud suficiente para no producir tan pueriles y evidentes actos de desprecio contra un estado democrático que ampara y fomenta el uso de su bandera. Nada les costaba tener un gesto, o haber salido sin trapos al aire.

No se trata de reivindicar a Carlos III, ni a los que después de él se envolvieron en la rojigualda. Se trata, tan solo, de congruencia. Esa virtud tan escasa en este país y en todos los países hoscos y refunfuñones que hoy por hoy lo forman.