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Mimbres para el cesto educativo

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En este país hay al menos un hombre sensato y paciente, un filósofo que está en política y que con sabiduría y tenacidad anda urdiendo los mimbres para fabricar un pacto educativo donde quepamos todos. Es ministro del Gobierno de España y se llama Gabilondo. Lleva varios meses en el empeño y como filósofo que es, no se altera ni descalifica a quien muestra sinrazón o a quien miente diciendo buscar un pacto que no quiere por no creerlo favorable a sus intereses electorales.

Antes de ayer le han dado unas cuantas calabazas, no por esperadas menos dolorosas; pero su elegante respuesta ha sido invitar al resto de los interlocutores a continuar trabajando sobre el texto consensuado para alcanzar el mayor acuerdo posible, aunque sea más lento, difícil y precario por la salida del pacto del principal partido de la oposición. Unos por querer más escuela pública como IU o BNG y otros por querer menos como el PP, el caso es que nadie, salvo el ministro, parece desear de verdad alcanzar el pacto que la sociedad necesita. Será otra decepción más a la espalda de la clase política y que la alejará aún más de los problemas y aspiraciones de la ciudadanía.

Es un poco esperpéntico que un documento donde se han ido incorporando casi todas las propuestas de los diferentes interlocutores, sobre todo las de los partidos políticos, sea al final descalificado por cuestiones genéricas o ideológicas, en las que es casi imposible ponerse de acuerdo. Lo que el ministro propone es dar respuesta a los problemas más graves y urgentes del sistema como el fracaso escolar o el abandono escolar temprano, el prestigio de los docentes o la autonomía de los centros. ¿Me quieren decir qué tiene que ver con las argucias esgrimidas por unos y otros?

El esfuerzo por el acercamiento de posturas ha llevado al ministro a admitir generosamente planteamientos como la diversificación temprana de trayectorias (a los 13 o 14 años hacia la formación profesional o hacia el bachillerato) que quienes creemos en la educación como instrumento de justicia social, sabemos que acaba segregando a los alumnos procedentes de las familias más desfavorecidas y con menor capital social.

Pero sobre todo, el documento propuesto es valiente y va directo a la raíz de los problemas, con una lucidez y claridad meridianas. Se han recogido las mejores ideas que se han planteado sobre la mesa. Y por una vez han dado en la diana: si se aplicaran de forma consensuada estas medidas sería una auténtica revolución educativa y la tasa de fracaso y el abandono temprano caerían en picado.

El talante de Gabilondo denuncia la impostura de quienes dicen perseguir el bien común. Termina una semana política decepcionante y pronto acabará un curso escolar más.