TOROS

MANO A MANO AMARGO

Ambiente enrarecido y, de partida, contrario a la idea de la corrida de Perera y Luque, con toros propicios de Fuente Ymbro

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Ni previsible ni provocada. No hubo duelo ni asomo de. Ni siquiera provocaron las salidas repetidas y casi protocolarias a quites de uno y otro. La corrida se vivió en clima enrarecido. Tanto Perera como Luque se anunciaron cuatro tardes este año en el abono de Sevilla, ésta la tercera salida de uno y otro en poco más de dos semanas y ninguna de las dos previas había sido feliz. Quienes desde antes del paseíllo estaban en contra de la idea misma de la corrida fueron copando contagiosamente el ambiente, lo endurecieron y en la Maestranza se acabó creando una atmósfera espesa de derrota.

No fue problema de toros . A Luque le faltó listeza para aprovechar los dóciles viajes abiertos del primero de los tres toros que mataba; a Perera, que abrió faena con uno de sus truenos clásicos -el cambiado por la espalda en los medios y en cite de largo, la madeja en un palmo sin rectificar- le faltó acoplarse. Sonó la música, pero la faena se empezó a trabucar enseguida. Intentos de enganchar, pero el toro sorprendía en las repeticiones a Perera, que apenas disimulaba los nervios. De pronto parecía que le faltaba la fe. No la firmeza, porque no hubo en realidad un renuncio. Sino toques a destiempo, cortos o destemplados. Hubo muletazos sueltos de nivel, pero contó más la embestida descolgada del toro, su cuello elástico, su prontitud. Un pinchazo y una estocada trasera y desprendida. El único de los seis trabajos del mano a mano reconocido con tibios aplausos fue precisamente esa faena de Perera al tercero. Sólo que lo rotundo fue la ovación al toro en el arrastre.

El primero salió desinflado de la segunda vara, se acostó por una mano y avisó con rajarse en cuanto la cosa fue de verdad. La faena de Perera fue, sin mayor razón, larguísima. El toro acabó en tablas aculado. Del surtido de quites de la primera mitad de festejo, lo más brillante fueron unas tijerillas de Luque al segundo y una preciosa revolera con la que Perera abrochó en el segundo un quite por talaveranas.

A mitad de festejo la corrida pesaba. El cuarto, astifino, de hermoso cuajo, acapachado, engatillado y muy astifino, tuvo el fuelle muy justo. Pero suavidad. Esa mezcla de calidad y falta de poder se resolvió en contra de Luque, que pretendió torear sobre la inercia y no con toques, por no violentar al toro, que aguantó más de lo previsto. Cuando Luque trató de recomenzar faena, se oyeron protestas de tono intransigente. Le hicieron cortar faena. Ni un mal gesto del torero de Gerena, a pesar de que el trago era amargo y el trato, muy inclemente. Una estocada.

El quinto, de gran porte, se fue al suelo de inválido. Lo devolvieron. Perera atacó exageradamente de salida al sobrero con el capote, incluso quitó de frente por detrás en detalle de amor propio -y Luque dibujó una espléndida larga en su quite, que tampoco perdonó esta vez. A toro vivo y venido arriba, de destartalado arrear, y galopes entre descompuestos, rebrincados y fiables, Perera lo intentó sin pensárselo, pero sin templarse ni entenderse. Sin gobernar al toro. Una estocada, un descabello.

Pareció que el dibujo redondo de Luque con el capote en el recibo del sexto podría variar a última hora la deriva de las cosas. Pero el toro salió como tronchado por el lomo de un lance de remate de manos bajas, la gente reclamó y, aunque el toro se sostuvo, se estiró y se empleó, volvió a perder las manos en el de pecho con que Daniel abrochó una primera tanda bien sacada. Ese toro se lo había brindado Daniel a su padre, que estaba en un burladero de callejón. La gente estaba deseando que acabara la cosa, que iba camino de las dos horas y media. Y volvieron a pedir al torero que cortara.