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Una provincia en venta

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Allí sonaban las machadianas guitarras del mesón de los caminos antes de que fueran sustituidas por las cintas de Camela en los invencibles portacassettes. Cádiz no sería lo mismo sin sus ventas, como ya demostrara Elena Posa en una célebre e imprescindible guía editada diez años atrás por la Diputación.

En su Salón Regio, el pasado lunes, se rendía tributo en forma de Medalla del Trabajo a Teresa Montero, titular de la venta de El Soldado, una de las grandes instituciones populares de Medina Sidonia junto con el obrador de las monjas. El poder político no sólo se legitima por las urnas sino por su telepatía con la calle que no sólo se traduce en baños de multitudes en los mercados o con tiernas fotografías junto a niños de pecho, sino con una cierta pleitesía hacia los héroes locales, las celebridades anónimas, los soldados desconocidos en la guerra cotidiana por la supervivencia. El poder real, a menudo, no es un preboste sino un conserje. O cualquiera de esos superhéroes de barrio a quienes cantara Kiko Veneno y que, sobre todo en tiempos de crisis, asumen el liderazgo de la solidaridad sin mayúsculas, la causa de la misericordia, los que echan una mano, los que prestan el hombro, los que abren los brazos. O quienes, así de simple, intentan ejercer bien su oficio convencidos de que quizá con ello contribuyan a que el mundo, alguna vez por todas, aprenda a ser feliz.

Muchos de ellos siguen coincidiendo en las ventas, un ágora con olor a puchero y mantel de cuadros. Allí lo mismo se cierra un trato que se negocia un gobierno. Quizá, salvo excepciones, no sean demasiado románticas para que un par de pichoncitos se prometan amor eterno, pero son pintiparadas para creernos todavía en aquella edad de la inocencia cuando no había demasiados automóviles y todavía circulaban los arrieros por rumbos que ahora tienen forma de autovía y quizá se las hayan terminado por tragar sus escalectrix. .

Orilladas por eso que llamamos futuro, las ventas, entre guisos y fritangas del mediodía o de la media noche, entre palomitas y carajillos del amanecer, constituyen una pieza esencial de nuestra historia: allí coincidieron bandoleros y migueletes, contrabandistas y oficiales de la brigadilla, espías nazis y aliados, guerrilleros del maquis y guardias civiles, narcos y agentes de vigilancia aduanera, policías y ladrones, furtivos y guardas jurados, uniformes del Seprona y recolectores de tagarninas, tirios y troyanos, el ying y el yang de un mundo barroco como sigue siendo el nuestro.

Si Cádiz sigue siendo una provincia es gracias a los Transportes Generales Comes y a esas humildes ventas cuyo mejor menú sigue siendo un rato de charla, un mapa oral y una larga memoria colectiva. Quienes las mantienen vivas no sólo merecen una Medalla del Trabajo. Sino la del Mérito Civil con distintivo de oro o el lazo de Isabel La Católica. En los tiempos que corren, donde sólo importa la pasta gansa, la comida basura y el mínimo esfuerzo, no dejan de ser un hermoso acto de heroísmo.