Opinion

Tres muertas

Ni una palabra sobre cómo funciona en particular la mente de esos hombres vengativos y violentos

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Según todos los indicios, tres mujeres han muerto en un solo fin de semana a manos de hombres que no se resignaron a que las cosas no fueran como ellos querían. Esos tres hombres (y a juicio de algunos y algunas, esas tres mujeres, puesto que ninguna había denunciado nada) no han podido resultar más inoportunos. Y es que han venido a estropear justo el fin de semana para el que el Gobierno había organizado en Valencia un evento intercontinental de reivindicación de la condición femenina, en su categoría de adelantado planetario en la materia.

Como la coincidencia era insoslayable, y una de las muertas lo ha sido además a poca distancia de donde se celebraba el multitudinario acontecimiento, el jefe del Ejecutivo intercaló en su discurso una alusión y una de esas advertencias terminantes tan suyas, bien aderezada con la jerga oficial, según la cual es el machismo terrorista el que provoca estos desastres.

Ni una palabra, de nuevo, acerca de los motivos por los que de millones de varones educados en las convenciones machistas (todos los nacidos y criados antes de la era ZP, que somos unos pocos), una porción minoritaria traspasa la raya y la mayoría somos capaces de convivir sin agredir y aun, si llega el caso, de responder con la razón a quienes nos agreden, sean hombres o mujeres (que agresivas también haylas, y cada día más).

Ni una palabra, tampoco, sobre cómo funciona en particular la mente de esos hombres vengativos y violentos, a los que algo más que una vaga impregnación cultural, que comparten con tantos hombres pacíficos, debe empujar a cometer sus desmanes, para cuya prevención y control seguimos sin tener otro recurso que unos papelitos risibles llamados órdenes de alejamiento. Órdenes que a veces incumplen no sólo ellos, sino las propias mujeres a las que logran intimidar y/o seducir (que de todo hay, por insólito que parezca) y por cuya efectividad velan un número insuficiente de policías, mientras se los ve por cientos en cualquier partido de fútbol o en cualquiera de las miles de cumbres que celebran nuestros ministros y ministras para enseñarles nuestros monumentos a los colegas europeos.

Ni una palabra, en fin, sobre el hecho por el que tantas mujeres siguen sin denunciar el peligro que se cierne sobre ellas, y no porque no sepan de la protección que la ley les brinda, sino porque recurrir a ella supone desencadenar sobre sus parejas o ex parejas un estigma social de tal calibre, incluida la cárcel en muchos de los casos, que induce a pensárselo dos veces a quienes, por ejemplo, comparten hijos con el futuro presidiario.

Pero no, la ley está bien, sólo hay que apretar un poco más al macho para salvar a las mujeres a las que su género le impele a dañar. Y a esas mujeres tontas y ciegas, para que se avengan a salvarse a sí mismas.