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EL PLAN NUESTRO

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Cada día nos lo predica alguien, sin duda convencido de buena fe de que eso es más fácil que dar ejemplo. El plan gubernamental consiste en que seamos austeros los que no pertenecemos al Gobierno. Para muchos españoles la sobriedad no es una virtud, sino una obligación, pero sigue teniendo muy buena prensa sobre todo en las sobremesas. «Soporta y abstente», decían los griegos que ahora queremos ayudar para que no se vayan del euro, no de la Europa abstracta y diversa que ellos erigieron mientras pensaban a la sombra de una higuera.

La recomendada sobriedad no consiste sólo en la morigeración, ya que contiene algunos desagradables ingredientes masoquistas que exigen esquivar lo que piden nuestros sentidos. Es muy difícil aproximarse a la felicidad, quiero decir a esa ráfaga que llamamos felicidad, que es como si alguien se hubiera dejado entornadas las puertas del paraíso, si nos empeñamos en llevarnos la contraria a nosotros mismos. Incluso la célebre «satisfacción por el deber cumplido»me parece que proviene del hecho de no tenerlo ya que cumplir. La vicepresidenta económica del Gobierno, Elena Salgado, ha dicho en Italia que en España sabemos muy bien lo que hacemos. Si lo dice aquí no la dejan terminar la frase, pero a los de fuera no les importa valorar muy bien lo que les dicen que estamos haciendo. O lo que les cuentan que vamos a hacer: eliminar el índice salarial, sanear las cajas de ahorro, combatir la avaricia de los banqueros y de los políticos y otras minucias semejantes. ¡Vaya plan!

Urgen algunas cosas y todas son de las que no admiten espera. El titubeante verano de este año ha llegado y lo mismo que ha venido se irá. El IVA nos aguarda agazapado a la vuelta de la esquina. Es una fiera de papel que se alimenta de facturas. Quienes más le temen son los que pagan.