Opinion

Engorrinarse

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Tras tres meses de lluvia casi ininterrumpida, con los ojos llenos de paisajes acuáticos, los oídos cansados del sonido monocorde de la tormenta, las verijas oliendo a humedad y el espíritu melancólico, caigo en la tentación de esa moda que en inglés llaman 'cocooning' y en castizo llamaríamos engorrinamiento. Parece la única salida posible ante tanto invierno: meterse en casa y hacer vida de monje postmoderno.

Para fabricarse el capullo necesario (que no otra cosa significa 'cocoon', aunque suene más elegante), leo que hay que hacerse con los últimos adelantos tecnológicos para la diversión y el asueto: pantalla plana de gran formato y sonido envolvente, ordenador de última generación con conexión ultrarrápida a Internet, Wii con más de una docena de juegos surtidos, incluido un Karaoke. También habremos de proveernos de abundantes y variados alimentos, botellas de buen vino, y contar con los artefactos más sofisticados para la cocina (la Thermomix es obligatoria), porque una de las bases del engorrinamiento es no salir a cenar sino, en todo caso, invitar a los amigos y quedar como un chef de primera. En realidad, no salir del refugio lujoso del propio hogar es la única regla inamovible: cine en casa, música en casa, bar en casa, juego de azar o de estrategia en casa. Dicen los analistas que es una reacción a la crisis, un movimiento de economía y ahorro, pero no acabo de verlo. Hace falta una cuenta corriente saneada para mantener una guarida tan bien equipada. Esta moda más bien refleja un ansia de aislamiento que, de hacerse demasiado persistente, podría caer en lo insano. Demasiada reclusión tiene que ser dañina. Vale que está lloviendo y que es una lata mojarse. Pero acabo de ver un rayo de sol rebotando en mis cristales. Que le vayan dando a la Wii: la calle me llama.