EL CHEQUEO

Contaminación acústica

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L os españoles somos considerados gente ruidosa y hasta hace poco no éramos conscientes de los efectos nocivos de la emisión de ruido. Fruto de esa pasividad fue la proliferación, hace unos años, de bares que colocaban aparatos musicales con potentes altavoces, sin la correspondiente licencia administrativa, coincidiendo en el tiempo con el fenómeno del botellón. Aún cuando nuestra Constitución en su artículo 45 garantiza a todo ciudadano el disfrute adecuado del medio ambiente, no fue hasta el año 1.995, con la reforma del Código Penal cuando se introdujo, para proteger la salud de los ciudadanos, el delito por emisiones de ruido, dentro del capítulo dedicado al medio ambiente.

Un paso más en la lucha contra la contaminación acústica es la reciente sentencia del Tribunal Supremo que ha condenado a la dueña de un pub en Barcelona a cinco años y medio de cárcel más penas accesorias, tanto por un delito contra el medio ambiente, agravado por haber desobedecido órdenes de la autoridad administrativa, como por un delito de lesiones. Esta concurrencia de dos tipos penales es consecuencia de los daños psíquicos provocado a los vecinos del inmueble que sufrieron un síndrome ansioso- depresivo, por soportar durante casi 13 meses, un incremento de decibelios cercano al 50% del permitido (30 decibelios en horario nocturno).

Aunque la sentencia enjuicie un caso especial, pues la condenada fue contumaz en la polución acústica al saltarse tres órdenes de clausura del local y romper los precintos del limitador de sonido, el precedente es muy significativo. No hace falta ningún daño físico para condenar a nadie por la emisión de ruidos que contravengan los límites legales, basta simplemente con que la emisión provoque riesgos para la salud. En caso que estas emisiones causen además daños, en vez de uno, el contaminador estaría cometiendo dos delitos.

Una sociedad está enferma cuando hay gente incapaz de considerar el derecho al descanso, sin concienciarse de que el respeto al medio ambiente no sólo consiste en reciclar más o emitir menos gases a la atmósfera sino que su fin último es la armonía del hombre con el medio que le rodea, mejorar su calidad de vida y desarrollar su personalidad. Para cambiar esto debe hacerse un gran esfuerzo de solidaridad colectiva.