El joyero Antonio Gordillo y su equipo de artesanos, en 1960
El joyero Antonio Gordillo y su equipo de artesanos, en 1960 - cedida
Negocios

Los comercios irreductibles de Cádiz

A pesar de la crisis aún sobreviven en la capital gaditana un puñado de negocios con más de medio siglo de trayectoria

r. vázquez
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Tienen el sabor dulce del chocolate, la vainilla y la nata. Huelen a café y a licor, a desayuno mediterráneo y a merienda gaditana. Despiden el aroma seco y penetrante del vino de aquí y algunos aún conservan su aspecto vetusto, un aspecto negruzco y sombrío que nada tiene que ver con su clara trayectoria.

Museos de una época, supervivientes en otra poco acogedora para el desarrollo económico. Son todos negocios añejos, con más de medio siglo de historia, otros los sobrepasan con holgura. Se trata de algunos de los comercios más antiguos del casco histórico gaditano.

Nombres que todos conocen, rostros que seguramente habrá visto alguna vez en la vida, servicios que, por lejanos que parezcan, en cierta ocasión habrá necesitado.

Han llenado páginas de periódicos porque fueron los primeros y se han quedado los últimos entre una marea de traspasos y cierres. De barajas sin sonar, de escaparates sin lucir.

El comercio tradicional vuelve a ser noticia estos días por la eliminación a partir del 1 de enero de la llamada renta antigua de alquiler. Una aplicación que, según fuentes consultadas por este periódico, apenas tendrá consecuencias en la capital gaditana.

En esta incompleta -no se trata ni pretende ser un informe- lista hay de todo. Un triángulo famosísimo en apenas unos metros, una bodeguita que de carbonería ha pasado a ser reclamo de cruceristas, o un local que recuerda a una cueva donde se remiendan los cada vez de peor calidad zapatos que calzamos. Y como escribir sobre los que están inevitablemente lleva a recordar a los que fueron, estas líneas llegarán más lejos en la página.

Apunta Eduardo Lumpié que ya en el primer tercio del siglo XX había en Cádiz 760 tiendas de ultramarinos debido sobre todo a la llegada de la colonia montañesa, los chicucos, a la capital gaditana. Hoy, lamenta, apenas quedan. «Ni en La Viña, ni en Santa María. En Sopranis esos locales han sido sustituidos por modernos bares». Recientemente ha cerrado uno de los más antiguos que se mantenían, El Periquito, en la calle Rosa.

Seis decenios ha cumplido El Manteca, emblema de La Viña y Cádiz. Fue en 1953 cuando José Ruiz, conocido como Pepe El Manteca fundó el establecimiento como un almacén -que ya había regentado su padre- que tenía junto a él una pequeña taberna.

Reconvertida en tienda gourmet y renovada en 1999, los actuales arrendatarios creen que la Mantequería el Bulevar, en José del Toro, tiene más de un siglo de existencia.

Si hablamos de calles, Nueva se llevaba la palma en número de negocios dada su cercanía al puerto. «No había un local que estuviese vacío y se podía encontrar de todo. Cádiz tenía mucha fama entre los fabricantes, porque aquí había 14 cosechas (pagas) al año, no se dependía del campo, todo el mundo trabajaba y los fabricantes sabían que podían vender», subraya Lumpié.

En una ciudad portuaria como ésta, la venta de efectos náuticos constituía una apuesta segura. «Había cinco o seis negocios de este tipo fortísimos, como el de Paulino Freire, junto a Santo Domingo». De igual manera ocurría con las empresas destinadas al suministro de comestibles marinos a establecimientos y bares de la zona.

Ya que se ha mencionado el yantar, habrá que hablar del Liba, uno de los vértices de este triángulo de comercios con solera que ya se ha referido anteriormente. En la calle Ancha, en apenas unos metros, se encuentran este bar que ya ha cumplido los 76, su ‘novia’, la mítica heladería Los Italianos, fundada en 1940 por el matrimonio formado por Arturo Campo e Iole Mosena en un local que había sido sede de un banco llamado Los previsores del porvenir, y una hermana pequeña que ronda los 60: la tienda de las máquinas de coser Alfa.

Carbón y vinos

Muy cerca, cruzando la plaza San Antonio, hay que cambiar la jerga. Ya no se usan palabras como topolino, carajillo o tutifruti. Sino chaveta o precisa. Y si hay que coser, con hilo de cáñamo. Aunque su dueño se ha jubilado, continúa abierta en la calle Junquera la zapatería de Manuel Macías, fundada en el 55 por su padre. El local es un santuario para la nostalgia, un manual del que aprender de dónde viene eso que los jóvenes no entienden de lo que era un zapatero remendón. Había muchos, según Lumpié. Y buenos. En la calle Valverde, Regio los hacía (los zapatos) a medida.

Sobre negocios prósperos de otros tiempos, inevitablemente aniquilados por el avance industrial y tecnológico y la producción en serie, se encuentran las carbonerías. Antaño, cada barrio gaditano contaba al menos con una y en Puerta Tierra «cuando apenas había gente viviendo» -recuerda Lumpié- «los carboneros se encargaban de llevar el producto hasta allí».

Con poca tizne y menos olor a brasas, aún sobrevive una en pleno centro. Claro está que no dispensa carbón, sino caldos de Chiclana, Sanlúcar o Chipiona. La taberna La Carbonera 1910 -hace idea de su constitución-, situada en la pequeña calle de San Fernando (desde Marqués de Cádiz a la plaza de San Juan de Dios) mantiene su estética primigenia, cuando además de venta el carbón para uso doméstico, disponía de unos barriles con vinos sobre todo de Chiclana.

Hoy, esos vinos pasan por el buche de cientos de los miles de cruceristas que arriban a la ciudad y que encuentran en esta vieja carbonería un lugar con encanto.

A unos pasos, la Confitería El Pópulo cuenta con el honor de ser el comercio más antiguo de este repaso. Va camino de los 170 años de existencia. Como cuenta el gastrónomo José Monforte, se sabe que estrenaron el siglo XX como propietarios los hermanos García, para pasar a mano después a Alfonso Quintero, su esposa y sus hijos. En 2002 se hicieron con el local los hermanos Rosas, familia también de tradición confitera de la ciudad.

«Panaderías tradicionales, de las que hacían el pan por la noche, tampoco quedan en Cádiz. Ahora el pan del día que se come aquí viene de los pueblos de la provincia», vuelve a apostillar Lumpié.

Ropa y joyas

No sólo resiste a los vaivenes del consumo y la economía, si no que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos e incluso erigirse en un negocio puntero de su sector. La joyería Gordillo se abrió en Cádiz en 1960.

La historia de su fundador, Antonio, ejemplifica la idea del emprendedor. Empezó en el mundo de la joyería en los años 50 como artesano y a comienzos de la década siguiente fundó su primer establecimiento. Ahora, en sus dos locales, en las calles San Francisco y Cayetano del Toro, se pueden encontrar las últimas tendencias internacionales en relojería y joyería, así como las colecciones diseñadas exclusivamente por los Gordillo.

Como suele ocurrir con estos negocios prósperos, la familia es la que lo sustenta. Tras la jubilación de Antonio Gordillo, su hija se hizo cargo del negocio.

Aguanta el bazar de Enrique de las Marinas, un establecimiento de esos en lo que uno siempre encuentra lo que busca. Era el de ferretero también un negocio seguro. De los mejores de España se encontraban en Cádiz. Por citar algunos: el Bazar Inglés en la calle Sagasta esquina San Pedro; La Llave, en San Francisco; el Bazar Español, también en la calle de San Francisco esquina con Beato Diego de Cádiz, y que era más conocido como el bazar La Puntilla, o el que estaba consagrado a artículos de pesca en la calle Nueva.

En el repaso de comercios antiguos que han ido desapareciendo a la par que emergían las grandes cadenas, hay que hablar de las tiendas de muebles y electrodomésticos. «Montesinos tenía un local de cinco plantas en la calle San José», recuerda Lumpié.

Aunque si hay una industria que ha arrasado con el comercio local esa ha sido la de la moda. Quedan, eso sí, algunos negocios emblemáticos dirigidos por una segunda o tercera generación de comerciantes. En 1945, Isidro Tovar Cabeza abrió la tienda Isi en la calle Columela. Más tarde se atrevió con varias tiendas más, todas en el casco antiguo de la ciudad. Hoy se encuentran al frente de ellas sus hijos.

Ángel Tinoco Fernández abrió en la calle Pelota en el año 1949 Confecciones Tinoco, que antes fue La Catalana. Cargado de éxito, Tinoco abrió tres establecimientos más en los años sucesivos. Con la desaparición del fundador se hizo cargo de los negocios su hijo Luis Tinoco Marqués.

En 1967, Eutimio Domínguez se estableció en la calle de la Pelota en la antigua Confecciones Martín, abriendo más tarde dos tiendas más. Hoy jubilado, se encuentran al frente de sus negocios sus hijos. Cerraron hace ya unos años los almacenes Soriano, en plena plaza de las Flores, por la jubilación de su fundador. En su lugar, un comercio chino al que no parece dañarle los envites de la crisis. El mapa comercial gaditano cambia de acento.

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