el maestro liendre

Kárate a muerte en Columela

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Qué bueno que haya chinos en casa, así hay a quién echarle las culpas. Dicen los comerciantes del centro de Kadikadi que son una plaga, que juegan con ventaja en contratación, impuestos, horarios e inspecciones, que están hundiendo a los comercios ‘normales’. Sin embargo, dice la experiencia de los que hemos vivido años en esta ciudad que los males del comercio local son anteriores y distintos.

Como mínimo, el conflicto de hábitos e intereses con los ‘chinos’ puede ser un añadido. Mucho antes de que llegaran, en una zapatería de Cádiz escuché decir a las dos «corre, echa la baraja que vienen los cruceristas y lo quieren comprar todo». Mucho antes, algunas tiendas de Cádiz ya abrían tarde, cada vez más, cuando les daba la gana, porque a esas horas no viene nadie. O cerraban pronto. Pero claro, si nadie las ve abiertas cuando va, ‘nadie’ decide no ir más. Décadas antes del aterrizaje del primer oriental ya se estilaba en una parte del comercio (el ‘tradicional’) tratar bien a la poca gente ‘bien’ y tratar mal a los tiesos, sin reparar en que uno y otro grupo suelen intercambiarse a veces a lo largo de la vida, que la frontera es difusa.

No sé cómo se dirá en chino eso de «esto es muy caro para ti», pero yo lo he escuchado varias veces en castellano. No sé si en Pekín es difícil aparcar, pero en Cádiz todo estacionamiento se hizo escaso, privado, carísimo y subterráneo, en comandita con los comerciantes. Hasta hace unos meses, además, sucio, estrecho y sin iluminar.

Tampoco creo que los orientales tengan nada que ver con la vieja usura de muchos propietarios de locales, comerciantes ‘de siempre’, ‘de aquí’, incapaces de reinvertir o innovar, sólo pendientes de acumular, que piden tal cantidad por alquilar que sólo las franquicias pueden pagar. Luego, cuando cierra el local tradicional y se implanta ese que está en todas las ciudades, lloran. De pena, en público. De alegría cuando consultan el extracto bancario.

Muchos de los que se lamentan, élite del sector, son los que hicieron un desierto del entorno de El Corte Inglés. Primero usaron contactos privilegiados para hacerse con los locales y anunciar Rodeo Drive. Luego los ofrecieron a precios estratosféricos y ahora se lamentan de que el comercio está decayendo. Pero no bajan la tarifa. No lo necesitan. En el centro, tres cuartos. El mismo que cierra ese mostrador tan entrañable le cobra un pastón a la enésima marca de Amancio Ortega que lo sustituye con neones sin rima. Luego, clama contra la decadencia del comercio clásico, como si los viejos tenderos, los industriales del lugar hubieran creado miles de buenos empleos en su día, como si hubieran repartido riqueza, como si hubieran tratado bien a sus paisanos o hubieran tenido otro ánimo distinto al de asiáticos o franquiciados: el de lucro.

Los problemas del comercio gaditano, al menos la mayoría, los más graves, tienen poco que ver con la eclosión de los bazares chinos pero también repele la beatificación de la ‘cultura del esfuerzo’ de los ‘chinos’ emprendida por el, también santificado con imprudencia, propietario de Mercadona.

Puestos a elegir cultura, siquiera por familiaridad, prefiero la mejor versión, el ideal, de la mía. Las normas de contratación, horario e higiene, como los impuestos, son para todos. Sin la menor excepción. Si se permiten, habrá que pedirles cuentas a instituciones y funcionarios que cobran por evitarlas. Las leyes se cumplen por igual, no hay excepciones por dejadez. Si las reglas del juego han de ser más flexibles, que sea previos debate y legislación.

Los niños no trabajan, jamás, tengan ojos rasgados o no, y estar 18 horas seguidas en un negocio siete días a la semana es una desgracia que sólo es menos grave que muerte, la enfermedad y la cárcel. Pero más que el paro. Esa es mi cultura, se trabaja para vivir. Lo contrario, para el que lo pregona y su familia.

Si nos van a imponer el ejemplo de países en los que por escribir esto me encarcelarían, en los que hay pena de muerte o se amarra a críos a sillas para que fabriquen balones y tablets es que ha fracasado el diálogo y habrá que pasar a otro lenguaje. No se trata de que vivamos como ‘chinos’, el objetivo era que esos inmigrantes (y nosotros) viviéramos como holandeses, islandeses o lombardos, pero con sol. Como ciudadanos con justas normas para todos y generoso descanso delimitado, productividad y derechos inviolables.

Los que dicen «tenemos que aprender de los chinos» deben andarse con ojo porque resulta evidente que dicen que «hay que volver a la esclavitud», que piensan que están dispuestos a lo que sea –erradicar horarios y vacaciones, normas, sueldos y cuotas a los más débiles– sólo en su propio beneficio, por su cuenta de resultados. Por ahí ya pasaron nuestros abuelos. Ya vivieron como esos orientales, durmiendo bajo el mostrador. Y sacrificaron su vida, en algunos casos, por tal de que sus hijos y nietos no sufrieran lo mismo. No sería tan bueno.