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Huir hacia delante

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La Diócesis de Cádiz ya está en Facebook. Así, como lo oyen. La web del obispado gaditano informa en su apartado de Noticias de sus «primeros pasos en ese Nuevo Mundo» que constituye el medio digital, lanzándose de lleno a su conquista con un doble propósito: difundir los valores evangélicos a través de los nuevos soportes tecnológicos y ahondar en el diálogo con su feligresía. Ha sido el propio obispo, Antonio Ceballos, en una suerte de telediario sobre mesa camilla alojado en Youtube, quien ha reconocido que «la Iglesia de Cádiz y Ceuta necesita una profunda renovación». El prelado jienense trata así de cumplir con la voluntad aperturista del Concilio Vaticano II y de llevar a término los últimos preceptos de Joseph Ratzinger acerca del papel de la Iglesia en la era de las comunicaciones. Cabe preguntarse, sin embargo, si esa necesaria renovación, que parece abarcar al conjunto de la congregación católica, es de naturaleza meramente formal. O dicho de otro modo, si el ingreso de la comunidad eclesiástica en las redes sociales aporta de verdad algo nuevo a un cuerpo doctrinal acartonado y estanco, agotado en sí mismo, o no es más que un intento de huir hacia delante. ¿Cree monseñor Ceballos que, en el marco de una sociedad visiblemente secularizada, su anexión al entorno cibernético le hará «estar con los tiempos»? Debe de ser complejo paliar el descreimiento de una generación que, nacida al rebufo de la Transición democrática, ha aprendido a zafarse de las cuitas morales e ideológicas que recibió en herencia, y de las que la Iglesia, sin embargo, parece aún no haberse desprendido. Una vez más, la institución católica se empeña en reinventarse a partir de un modelo teológico obsoleto.

No se puede vivir en una época y respirar en otra. Los jóvenes de hoy día, amparados por los logros constitucionales de la generación precedente, han recobrado para sí mismos el derecho a elegir su propio credo sin condicionamientos culturales, reivindicando la autonomía del arte, de la ciencia y la ética al margen de la tutela religiosa a la que en otro tiempo estuvo sometida. Facebook es el mejor ejemplo de ello. Con trescientos cincuenta millones de usuarios de todas las nacionalidades, culturas y creencias, se ha convertido en una verdadera reproducción a escala de la sociedad cosmopolita y abierta hacia la que camina el siglo XXI. Haría bien nuestra diócesis en aprender de ella, si no quiere quedarse sin amigos.