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Niños sueltos en la jungla

La precocidad deportiva es un iceberg que esconde ejemplos de fracaso humano

VITORIA. Actualizado: Guardar
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Los periodistas catalanes hablaban maravillas de un tal Ricky Rubio en la Minicopa de Sevilla disputada en 2004. La leyenda sobre aquel infantil era ya más alargada que su edad. Juraban que no habían visto nada igual durante su carrera ligada a las canchas. Temporada y media más tarde, Aíto García Reneses se volvió hacia su banquillo y señaló al chico, entonces de categoría cadete de acuerdo con la partida de nacimiento. Ricky debutó en la 'Penya' con catorce años y once meses y su irrupción en el mundo de los adultos volvió a poner encima de la mesa el cíclico debate en torno a los deportistas precoces. En Pekín logró el distintivo de baloncestista benjamín dentro de unos Juegos Olímpicos.

Los casos de triunfadores prematuros se cuentan por decenas; los juguetes rotos, quienes no venden porque el público rehúye a los perdedores, por millares. Especialidades como la gimnasia femenina, las tenistas arrojadas a la jungla del circuito de la WTA o los saltadores de natación encabezan una lista reñida con la cronología y el desarrollo integral de la persona. Hay ojeadores que reclutan chiquillos descalzos en países de África para clubes poderosos del fútbol europeo, empujados por las familias en una huida desesperada de la miseria. Algunos ejemplos resultan; otros dejan a verdaderos mozalbetes tirados en el arcén, sin formación alguna, jubilados ya a una edad absurda.

Tiger Woods, el mejor golfista de la historia, apareció con dos añitos en un programa de televisión para asombrar con sus habilidades con los juegos de palos cuando algunos de sus coetáneos apenas saben caminar. A los cinco, el crío californiano figuraba ya en la portada de la revista 'Golf Digest'. Hoy es el deportista mejor pagado del mundo, un conquistador de torneos que impone su físico, pero sobre todo su dominio mental, en torneos que comienzan cada jueves con 150 participantes en la parrilla de salida y terminan los domingos con su nombre casi siempre en lo más alto de la clasificación. Tiger es un tipo equilibrado, uno de esos ejemplos de historia feliz. Pero pudo ocurrir de otro modo si no hubiera soportado la excesiva presión a la que le sometía su padre, un miembro del Ejército estadounidense.

Agotamiento emocional

La mayor parte de historias tremebundas, de sobreentrenamiento en cuerpos que aún están formándose, de disfrute escaso y agotamiento emocional, de burbuja social y falta de ocio se encuentra ligada a los deportes individuales. La estadounidense Jennifer Capriati, encarnación humana de muñeca herida que emergería más tarde, debutó en el tenis profesional con sólo trece años, uno menos que Mary Pierce, Martina Hingis, las hermanas Williams de un padre obsesivo y la rusa María Sarapova. El clavadista italiano Andrea Chiarabini, de catorce años, compitió en el último Mundial de saltos de natación. Un caso similar al del británico Tom Daley, olímpico en la capital china hace un año.

El psicólogo deportivo Vicente Lafuente, ex jugador profesional de baloncesto con amplio pasado en Valladolid y profesor de entrenadores en la Federación Alavesa, incide en este asunto. «Existe más riesgo en modalidades individuales que en los juegos de equipo, donde el deportista se siente más arropado por el grupo. En el tenis, por ejemplo, se da mucho la figura del padre-entrenador o que contrata directamente al entrenador para exigir un nivel de dedicación enorme», explica.

La historia no es nueva. Una de las fotografías mentales que guardamos de los Juegos de Montreal celebrados en 1976 es la de Nadia Comaneci, la grácil y adolescente rumana que enamoró al mundo por su destreza mayúscula en los aparatos. La evolución se estaba tornando últimamente tan peligrosa que la Federación Internacional de Gimnasia se ha propuesto vetar la participación de chiquillas menores de dieciséis años en los Juegos Olímpicos tras la conmovedora imagen de las niñas chinas, encabezadas por Cheng Fei, en la cita de Pekín de hace un año. La NBA, paradigma de espectáculo concebido como un negocio, se asustó en su día por la posible avalancha de chavales impelidos a la Liga de baloncesto por sus condiciones económicas extremas. Y situó el listón en los diecinueve años.

La precocidad no entiende de fronteras, se extiende por todos los lugares como mancha que deja el petrolero en pleno océano. El motociclista Pol Espargaró, por ejemplo, se subió por primera vez al podio con quince años, y Jaime Alguersuari ha alcanzado el idealizado edén de la Fórmula 1 con diecinueve a los mandos de un Red Bull. Fue en Hungría y el suceso ya le depara un hueco como el piloto más joven de la historia en subirse a un monoplaza del Gran Circo.

Futbolistas adolescentes

A la legión de seguidores futbolísticos le debe parecer que el madridista Raúl González ya ha cumplido los cuarenta. Y es que lleva casi la mitad de su vida como estrella millonaria desde que Jorge Valdano le hizo debutar en La Romareda con diecisiete años. A la misma edad, el barcelonista Bojan se debatía entre jugar con la selección serbia o hacerlo con la española. El Athletic se plantea ahora la mejor manera de proteger a Iker Muniain, su adolescente perla que ya cuenta en serio para Joaquín Caparrós y que va de récord en récord desde que el andaluz decidió darle una oportunidad. Su última marca, haberse convertido a sus 16 años enValladolid en el futbolista más joven en hacer un gol en la Liga española. Leo Messi, para muchos el jugador más determinante del universo, abandonó Argentina a los trece añitos para ocupar una litera en La Masía del Barcelona.

Sin embargo, nada comparable al sonado debut del niño boliviano Mauricio Baldivieso en la Primera División de su país. Su padre, el entrenador del Aurora de Cochabamba, le mandó ingresar en el campo a los 81 minutos de partido con ¡doce! años. La noticia recorrió el mundo de uno al otro confín y no resulta difícil imaginar la cara de los lectores acodados en la barra con el cafelito al lado. Manos a la cabeza, muecas de asombro y sentimiento de barbaridad. Al chico le envió un 'recadito' el veterano rival de turno mediante una entrada criminal a los pocos minutos de pisar el césped.

Ambiente familiar

El psicólogo Vicente Lafuente apunta al «ambiente familiar» como el factor clave para decidir el éxito o el fracaso humano que la irrupción infantil, adolescente o juvenil en la selva del profesionalismo deparará a las criaturas en el futuro.

«Los peligros más grandes vienen determinados por una vida que obliga a entrenarse ocho horas diarias, excluye los estudios y en algunas especialidades deja jubiladas y desorientadas a chicas de dieciséis años. Muchos padres tienen tantas expectativas depositadas en el éxito de los hijos que presionan muchísimo a auténticos adolescentes. Incluso llegan al chantaje emocional, a condicionar el afecto al triunfo deportivo. Algo así como 'si no ganas, no te quiero'. Claro, esto es brutal, tiene unas consecuencias devastadoras, incluso cuando acompaña el éxito deportivo». Y el especialista lanza un aviso. «Es un iceberg. Vemos la punta formada por los casos que salen bien, pero debajo del agua hay sumergidos muchos desastres».