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Iglesia politizada

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La Iglesia está politizada en esta parte del mundo llamada España desde los tiempos de la Restauración (1874), por no decir desde las desamortizaciones de Mendizábal (1836) y Madoz (1855). Sin exagerar, la Iglesia ha estado siempre politizada en esta parte del mundo, como en otras. Tomando la referencia de épocas más recientes, no creo que nadie se moleste si digo que la Iglesia católica estuvo politizada durante los cuarenta años de dictadura franquista, en los que el dictador acuñó una imagen bajo palio en sus frecuentes entradas en las catedrales. Fue un régimen nacional-católico, que nos trató a sus opositores como si fuéramos el demonio y en el que la Iglesia amasó poder e hizo y deshizo a su antojo. Hay que decir también que otros sectores no jerárquicos y minoritarios estuvieron politizados durante la dictadura, pero en una lucha contra el Régimen que encarcelaba en Zamora a los sacerdotes díscolos. Fue en la Transición cuando un cardenal apellidado Tarancón, de nombre Vicente Enrique, hizo lo posible por ayudar a la llegada de la democracia de manera reconciliada entre españoles. Su talante democrático le costó ser víctima de las iras de los sectores más ultras del nacionalismo español, que pedían paredón para Tarancón y simpatizaban con gentes como Marcelo González Martín, primado de España, o Guerra Campos, que fue obispo de Cuenca.

Los más de treinta años de libertades recobradas se pueden narrar también desde el punto de vista de una jerarquía que ha peleado por sus privilegios y sus altísimos niveles de poder, frente a un poder político democrático, renovado por unos ciudadanos que han configurado una España cada vez más laica. En esta esquina cantábrica de España hemos estado acostumbrados a que la jerarquía tuviera simpatías y sintonías con el nacionalismo vasco. El nombramiento de un obispo como Ricardo Blázquez fue interpretado por el nacionalismo vasco como una agresión a ese estatu quo. Blázquez, nacido en Palencia, fue recibido en términos despectivos por conspicuos dirigentes del nacionalismo que habían sido curas antes que políticos y no han dejado de ser ni lo uno ni lo otro. Retirados de la primera línea los setienes y uriartes, llega a Vizcaya Mario Iceta, nacido en Gernika, y a Guipúzcoa José Ignacio Munilla, de San Sebastián, dos obispos que espero que tampoco se enfade nadie si los sitúo dentro de la órbita ideológica de la derecha más radical, en la que están Rouco y Cañizares, extraordinariamente beligerantes en sus declaraciones y manifestaciones en la calle contra buena parte de las leyes aprobadas por los socialistas: matrimonios gays, enseñanza, Educación para la Ciudadanía y nueva ley del aborto.