La vista se inició ayer en la Sección Octava de la Audiencia Provincial, y se prolongará hasta el próximo viernes. / ESTEBAN
ACUSADO ACUSADO ABOGADO DE GALLEGOS ABOGADO DE BOHÓRQUEZ

Los cabecillas de la 'operación Hamelín' se culpan el uno al otro durante el juicio

Los dos principales imputados en la causa por la estafa en la venta de viviendas y coches de lujo negaron su responsabilidad en la trama

JEREZ Actualizado: Guardar
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La primera y maratoniana sesión del juicio por la operación Hamelín cubrió las expectativas iniciales y se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo entre los dos principales imputados. En el ring parecían no existir más protagonistas que Domingo Gallegos y Miguel Bohórquez, antes amigos y socios inseparables y ahora rivales acérrimos. Tras la demora de casi una hora motivada por las alegaciones de una treintena de abogados que ejercen la acusación particular, la jueza decidió continuar con una vista que se prolongó durante todo el día.

Lo más llamativo de la jornada fue sin lugar a dudas esa presencia masiva de letrados que retrasó de forma considerable todo el proceso, pues los seis imputados tuvieron que someterse a los interrogatorios de todos ellos, además de los del fiscal y de sus propios letrados. La atención, de todas formas, se concentró en los dos cabecillas de la trama, Gallegos y Bohórquez, para los que la Fiscalía solicita nueve y siete años de prisión, respectivamente, por dos delitos de estafa y organización ilícita con la que presuntamente se hicieron con casi ocho millones de euros de forma fraudulenta.

El primero en comparecer fue Gallegos, que permanece en la cárcel en la actualidad, mientras que su antiguo socio se encuentra en libertad bajo fianza, tras haber pasado un año y medio entre rejas. El fiscal comenzó poniendo en situación a los presentes, recordando que los hechos por los que se les juzga se remontan al año 2004, cuando crearon toda una red de compraventa de automóviles de lujo y viviendas a través de una serie de empresas.

Éstas, estaban centralizadas en la firma M. B. D. G. Economist Agency, ubicada en una zona industrial de Jerez. Aunque en un principio la actividad transcurrió dentro una relativa normalidad, poco a poco los acusados se fueron embolsando cantidades ingentes de dinero sin que llegaran a entregar los coches y los inmuebles que vendieron a más de 70 afectados.

Incógnitas en la gestión

La declaración de Gallegos con respecto a estas cuestiones fue de lo más singular, pues negó la mayor en todo el interrogatorio asegurando que él se incorporó a la empresa matriz, de la que Bohórquez figuraba como administrador único, cuando ya estaban finiquitados todos los contratos, en los que él no tomó parte activa.

En cuanto a las razones de por qué no se llegó a entregar lo vendido o por qué los coches se ofrecieron a un precio mucho más bajo del real, el imputado contestó con una serie de lacónicos «no lo sé» con los que su credibilidad quedó en entredicho. La versión de la Udyco, la unidad policial que investigó la presunta estafa, es que los vehículos fueron utilizados como reclamo para ganarse la confianza de los clientes a la hora de ofrecerles los inmuebles, con los que ganarían un dinero mucho más cuantioso.

Además, si la gran mayoría de la mercancía no se entregó nunca a sus dueños, el negocio acabó siendo redondo. Aunque el acusado reconoció haber participado en la búsqueda de algunos de los vehículos y viviendas, insistió en que nada tuvo que ver con la gestión, al tratarse de un simple apoderado que sólo recibía comisiones por las ventas.

Lapsus de memoria

Sin embargo, su testimonio estuvo plagado de incoherencias y equívocos con las fechas, hasta el punto de que al final optó por el recurrido «no me acuerdo», cuando lo acorraló el abogado defensor de Bohórquez, Manuel Hortas. «Puede que me haya equivocado en las fechas», reconoció Gallegos, quien finalmente dio a entender que muchos de los contratos sí se habían gestado cuando él ya pertenecía a la empresa.

Su abogado, Alfredo Velloso, se encargó de que quedara clara la escasa formación académica y laboral de su defendido a diferencia de la de su antiguo compañero, que estudió Empresariales y que antes de asociarse con él tenía una financiera que prestaba servicios a tres entidades bancarias.

Como si de un partido de tenis se tratara, una vez que terminó la comparecencia y estuvo clara su estrategia, acudió a declarar el segundo en discordia, Miguel Bohórquez, con una defensa que se empeñó en mostrar al imputado como una víctima de toda la historia, hasta reconocer incluso que se sintió «más que responsable, engañado y perjudicado».

Así, el jerezano relató su particular historia en la que justificó el exceso de confianza que había depositado en Gallegos a consecuencia de su amistad, para meterse en una red de mentiras de la que aparecía como administrador único, porque su socio ya tenía otra empresa y «no podía hacer competencia desleal».

El imputado mostró una ingenuidad casi infantil, subrayando su desconocimiento en muchas de las tretas de las que a ambos se les acusa, desde cheques sin fondo hasta firmas de contratos, sin obviar que tampoco tuvo explicación para las viviendas y coches que nunca se entregaron. «Yo no he ganado nada, al final he perdido», sentenció un compungido Bohórquez, que a pesar de que intentó contestar a todas las preguntas no tuvo respuesta para prácticamente ninguna.