Tribuna

El fin del oasis isleño

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Cádiz-San Fernando ha sido para nosotros algo así como Madrid-Barcelona, a escala. Para los de uno y otro lado del río Arillo los otros eran, digámoslo finamente, un poco peculiares. Nada agraviante de verdad, pero distintos. Hoy, a pesar del avance de las comunicaciones y de la contundencia de la metropolización de la Bahía, las diferencias se mantienen, por lo que veo en los chavales, y los gaditanos que se han ido a vivir a La Isla se resisten a integrarse, siguen teniendo el médico y el colegio en Cádiz -o lo intentan- y hasta han dado nombre a una zona, Cádiz chico, qué más dato que ese para demostrar la resistencia al mestizaje. Hubo un tiempo también, no tan lejano, en que la gente de Cádiz veraneaba en La Ardila y que el derbi futbolístico por antonomasia era entre el Cádiz y el San Fernando.

La vecindad, como todas, tenía altibajos. En la parte de allá del Molino de Mareas, aún atesoran, por ejemplo, como un viejo agravio de familia, que en el periódico local de Cádiz se jaleara a cierto prometedor púgil como el boxeador gaditano hasta que perdió un combate, cuando pasó a ser el boxeador isleño. En la crónica periodística, las principales noticias eran la llegada de Santander, por ejemplo, de la familia X para pasar las vacaciones con sus hijos, los señores de tal; los ascensos y los honores.

Pequeñas batallitas de abuelo cebolleta, viejas cuitas para sonreir, que no hacen sangre. Quizá incluso haya que reconocer una cierta envidia capitalina hacia la Isla de León y su tranquila vida de marinos, militares, funcionarios, de paseos por la calle Real, fiestas en el Club Naval, de pisos asequibles, bonitos adosados, o un gran centro comercial, imposibles en Cádiz.

Pero, en fin, como en el caso catalán, por seguir con el símil Madrid-Barcelona, ese oasis de La Isla se ha convertido en espejismo y ahora asistimos bastante perplejos a episodios de corrupción municipal inesperados. El principal, el caso de la Caja del Ayuntamiento, de la que faltan ni más ni menos que 7,8 millones de euros, que se dice pronto. Ahora salta un nuevo escándalo, que viene avalado por un informe del propio interventor municipal y que habla de contratos irregulares, concedidos sin licitación, de pagos por un mobiliario urbano que no existe, de falta de planificación en los presupuestos, de gastos de desplazamientos desmedidos... La respuesta oficial ha sido tibia y nos despeja las dudas, ni el asombro de fondo, por cuanto el actual alcalde, el andalucista Manuel María de Bernardo, goza de una magnífica reputación como economista y experto en presupuestos.

El PP, socio de gobierno, escurre el bulto. El PSOE, ensimismado en su mismidad, deshojando la margarita de la bicefalia y el congreso extraordinario, obliga a sus locales a frenar la estrategia de ataque porque les parece que pierde votos, ya que el electorado isleño no quiere sangre.

Entre tanto, hay quien intenta hacer ver que lo de la corrupción es algo que pasa en otra parte. Pero en San Fernando se ha distraido, por no entrar en calificación penal, mucho dinero que era de todos los ciudadanos.

El oasis isleño, a la vista está, era un espejismo, aunque sí había razzias, expediciones de rapiña.

lgonzalez@lavozdigital.es