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H ay que ir acostumbrándose. China y EE UU han decidido tumbar la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático y proponen una declaración; la manera elegante de presentar lo impresentable. Los países que más contaminan, nos dicen a todos, mujeres, niños y jóvenes en edad de amar, que no están dispuestos a sacrificar una brizna de su desarrollo a la entelequia de un mundo que se destruye para Dios sabe cuándo. Fuera retóricas y vayamos al grano, vinieron a decir. Su preocupación pasa de los agujeros negros al efecto de los bronceadores y de la polución del ambiente al aire acondicionado. Dejan sin empleo a Stephen Hawking. Si las temperaturas bajan, mejor para el dry martini y si suben, siempre nos queda el consuelo del ahorro en calefacción. Una ecuación sencilla, o EE UU se acobardaba ante el rugido del tigre o esperaba a que China hiciese valer en la cumbre su oposición al control de emisión de gases contaminantes. Su alineamiento con la potencia asiática diluye su responsabilidad ante el mundo y le permite tomar la iniciativa y marcar la agenda. Washington siempre mostró su renuencia a toda medida restrictiva para no exasperar a su industria. Y con la que está cayendo, los chinos se lo han puesto en bandeja. No sé yo cómo, a partir de ahora, voy a convencer a mis hijos de la necesidad de reciclar la basura para proteger el medio ambiente.

También Obama cabalgó sobre la ética y la estética en su visita. Charló con jóvenes universitarios 'escogidos' de lo que les incumbe, que no fue la censura del régimen, sino el nivel de injerencia de Occidente en las cuestiones de Oriente. Y ahí sí, el presidente de todos nosotros, se caló la bacinilla y arremetió contra los gigantes chinos. Defendió la libertad de información y uso de Internet como herramientas que ayudan a fortalecer un país: «No buscamos imponer esos valores, pero tampoco creemos que son sólo de un país. Son derechos universales». Algo parecido a lo que se les dice en casa a mis nietos cuando hacen una trastada: «Vete a la habitación a pensar». Veo con estupor cómo la mayoría se apuntaba al vaso medio lleno: por fin, ha sacado el tema de los derechos humanos. Frente a quienes lo vemos vacío: reconozcamos que hubiese estado feo admitir que hace bien el Gobierno infiltrando 280.000 personas, cantidad a la que apunta Moisés Naím, destinadas a captar en los 'chats' temas inconvenientes, fundir el material disidente en Internet e identificar a sus autores, para llenar las cárceles.