Manuel Mesa. / MIGUEL GÓMEZ
CÁDIZ

«A veces bajo a la calle sólo para ir a la parada y sentarme»

La instalación de un ascensor en Arillo, 31, uno de los primeros en la barriada, le cambió la vida a Manuel Mesa

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Manuel Mesa Mora estrenó su casa en 1968. Era un quinto piso del número 31 de la calle Arillo. «Entonces, yo subía los escalones de dos en dos». Carmen y Manuel criaron en esa casa de la barriada de La Paz a ocho hijos, aunque hoy sólo queda una de ellas. Trabajaba en talleres La Ina y como eran muchos en la familia, había que echar muchas horas extra.

Pero de eso hace ya tiempo. Manuel lleva dos décadas jubilado y en los últimos años apenas tiene fuerzas para subir a su casa. Tras el ictus que sufrió y la úlcera, sólo salía para montarse en una ambulancia y trasladarse hasta San Fernando para meterse en una cámara hiperbárica. Poco a poco fue perdiendo movilidad y su piso de Arillo se fue convirtiendo en su cárcel. Bajar al portal de su vivienda le llevaba media hora y subir otro tanto y en cada tramo, sus hijas tenían que ponerle una silla para que fuera descansando. «No podía ni mirar en qué piso estaba para no marearme», cuenta este hombre de 78 años. Cuando por fin la comunidad de vecinos se puso de acuerdo para instalar el ascensor, a Manuel la obra se le hizo eterna. Aunque no fue la impaciencia, es que se prolongó en el tiempo porque era una de las primeras que se hacía en la barriada y surgieron toda clase de problemas. «Yo le pregunta a Juan -Macías, vocal de Urbanismo de la asociación de vecinos- desde la ventana que cómo iba la obra», recuerda. Fueron un año y cuatro meses de trabajo, hasta que el 17 de abril pasado empezó a funcionar.

Libertad

La vida cambió entonces para Manuel. No sólo podía llegar sin dificultades al portal, en poco tiempo y de manera segura, sino que además podía salir varias veces al día. «A veces bajo a la calle y me voy a la parada y me siento allí», confiesa. Ahora, incluso, pueden venir a verle sus hermanos: «Antes sólo me llamaban por teléfono porque hay alguno que tiene el mismo problema y no podía subir hasta el quinto».

Su hija Carmen tiene guardado en un álbum de fotografías los recortes de prensa, las fechas y las imágenes de la obra. El antes y el después. «Es que si no, mi sobrino no va a saber cómo era la casa», explica.

«A mi padre le ha dado la vida», dice Carmen antes de salir a hacer los mandados. Pero no es el único. «Yo misma me noto que cuando llego con las bolsas de la compra, me cuesta subir todas las escaleras», confiesa. A Carmen, la esposa de Manuel, le costó más acostumbrarse al elevador. «Los primeros días me daba miedo, pero ahora sí lo utilizo; fue una gran alegría que lo pusieran», admite.

El ascensor no llega hasta el mismo piso, pero para salvar los escalones que quedan se ha instalado una silla que da servicio tanto a Manuel como a la vecina del 4º, que también lo necesita.

La Oficina de Rehabilitación de la Junta subvencionó más del 95% de la obra. «Los vecinos -una decena- tuvieron que poner 1.400 euros entre todos», explicó la presidenta de la asociación de la Barriada, Manuela Molina. «Son personas con pocos recursos y por eso la Junta accedió a incluir en lo que habíamos puesto la licencia de obra», agregó. En un principio se pensó utilizar el hueco de la escalera para el elevador y poner los escalones por fuera pero para ello habría que haber abierto una puerta a la calle por los salones y algunos vecinos se opusieron. Finalmente, se llegó al consenso.