Editorial

Memoria del muro

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La Europa que hoy conocemos terminó de reconstruir sus cimientos de paz y convivencia sobre la demolición del Muro de Berlín. La conmemoración mañana del vigésimo aniversario de los emocionantes acontecimientos que borraron la cicatriz de hormigón, penoso recordatorio de la división y la falta de libertad perpetuadas tras la Segunda Guerra Mundial, permitirá a todos los europeos y al resto del mundo recuperar la memoria de aquel hito trascendental y conmovedor. Un hito acelerado por las ansias de democratización de los movimientos opositores de la antigua Europa del Este, y que desembocó en una reunificación de las dos Alemanias tan largamente esperada como plagada en sus instantes fundacionales de incógnitas e incertidumbres. Dos décadas después, una dirigente política criada en la extinta RDA, Angela Merkel, preside el país; por primera vez, un ciudadano del otro lado del Telón de Acero, el polaco Jerzy Buzek, dirige el Parlamento europeo, expresión de la UE paulatinamente ampliada; y la simbólica Berlín ha recuperado el brillo deslucido por la Guerra Fría y sus secuelas. Las declaraciones de la canciller Merkel, al abogar por que no se pierda la memoria de la represión comunista y de las víctimas del Muro, recuerdan que los actos más ominosos no pueden aparcarse en la trastienda de la Historia si se pretende evitar su repetición. Especialmente cuando aún perviven en el mundo otros muros que impiden relaciones normalizadas entre los pueblos y el desarrollo efectivo de los derechos humanos. Los fastos por la efeméride subrayarán el valor de la concertación europea, pero también obligarán a sus representantes a contemplarse críticamente en el espejo de la nueva UE. En estos 20 años la Unión ha expandido sus fronteras, avanzando en los valiosos objetivos de extender la democracia e inocular a sus nuevos miembros su espíritu de conciliación y cooperación integrada. Sin embargo, el afianzamiento de ese modelo se está viendo hoy debilitado por la tortuosa ratificación del Tratado de Lisboa, por los interrogantes que ello despierta sobre el peso de la UE en un mundo cambiante y también por las cesiones que han conllevado los procesos de ampliación. Europa no debería olvidar los principios y valores sobre los que se sustenta su proyecto. Ni renunciar a su potencial influencia en un contexto en el que los dos viejos enemigos -EE UU y Rusia- parecen dispuestos a finiquitar los resabios de la Guerra Fría.