CÁDIZ

El hereje a la hoguera

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Todavía están intentando bajar de las lámparas a algún que otro cofrade después de que se subiera por las paredes ante el artículo del sacerdote de la iglesia de Santo Tomás, Juan Piña, en el que mostraba su desacuerdo con la decisión del Obispo de permitir la procesión del Santo Entierro el próximo Sábado Santo. El cabreo es más que evidente en muchos círculos cofrades ya que el sacerdote aprovechó el artículo para dar caña a las hermandades, instituciones con las que Piña no hace muchas migas.

En el Consejo de Hermandades prefieren ser cautos y no pronunciarse al respecto. «Nos debemos al obispo», es el máximo comentario que se ha podido escuchar públicamente en la calle Cobos. Sin embargo, en los foros cofrades ya afilan sus cuchillos en contra del sacerdote. Y es que no hay mayor aliciente que el anonimato que confiere la arroba para poner en funcionamiento las lenguas. O más bien los teclados.

Es en estas ocasiones cuando cada cual saca lo peor de cada uno para defender lo cree que es lícito. Es lógico que los católicos cierren filas en torno a su obispo. Lo que ya no es tan normal es que esos mismos que ahora defienden con tanta vehemencia a su Prelado no se corten en criticarlo cuando sus decisiones se aparten de los intereses de las hermandades amparándose en el off the record. Pura hipocresía, en este caso, cofrade. Además no hay que olvidar que quien ha ejercido la crítica pública es uno de los miembros de la curia. Juan Piña es sacerdote. Un hecho de perogrullo pero que, para los que casi lo tachan de anticlerical, será toda una revelación.

Desde el 6 de diciembre de 1978, la libertad de expresión campa a sus anchas por España. Mala suerte para los que gustan de quedarse sólo con la visión institucional. Piña se debe a su Iglesia pero eso no implica que esté de acuerdo con todas las decisiones que tome su jefe. El sacerdote debería tener libertad para afirmar que la decisión le parece desacertada y problemática. O incluso para mostrar su disconformidad ante la decisión de su jefe supremo, el Papa, de poder dar las misas en latín. Sin embargo, si los partidos políticos ya han dejado claro que no asumen muy bien las críticas de sus afiliados -Cádiz socialista o el popular madrileño Manuel Cobo son ejemplos claros de ello- no es de extrañar la reacción de la iglesia y de los fieles gaditanos.

Si Piña hubiera nacido en el siglo XVI ya hubiera ido a dar con sus huesos en la hoguera, condenado por sus blasfemias herejes. Los siglos han pasado y parece que no hemos cambiado tanto. Mientras muchos cofrades piden la cabeza de Piña en forma de sanción ejemplar, él ya sabía que sus palabras le llevarían a tacharlo de «anticofrade».

Lo que está claro es que Piña no puede ocultar que prefiere ahorrarse el dinero de un abono en Carrera Oficial para invertirlo en sus proyectos de colaboración con África. Nada nuevo bajo el sol, su rechazo es similar al que sienten muchos cofrades por el Carnaval. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Hacer hermandad

La mejor forma de hacer ver a Juan Piña que se equivoca con las cofradías es con acciones como las del Caído. Ayer, en el claustro de San Francisco, se reunió junta de gobierno y grupo joven de la corporación del Martes Santo para disfrutar de un día de convivencia y formación. Estos actos que suelen celebrar las hermandades son los que verdaderamente les dan sentido a su existencia.

Convivencias como las de ayer sirven para demostrar al sacerdote de Santo Tomás que las cofradías no adoran al becerro de oro que censuró Moisés. Que, para los cofrades, la fe y la caridad están por encima del fulgor de la plata. O, por lo menos, eso se supone.