ANÁLISIS

¿A quién queremos?

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H ace ya meses que suenan nombres para ocupar el puesto de presidente de la Unión Europea cuando, pese a las dificultades, entre en vigor el Tratado de Lisboa: con insistencia el de Tony Blair, más esporádicamente los de Balkenende, Felipe González o, ayer mismo, el de Juncker. En cualquier caso, conviene tener presentes las funciones del cargo antes de valorar las candidaturas; esto es, preguntémonos para qué queremos un presidente europeo antes de decidir a quién sentamos en ese sillón.

Respecto a esas funciones, el Tratado de Lisboa resulta confuso en algunos puntos y sumamente parco en otros. Ejemplo de los primeros es la asignación al presidente de la representación exterior de la Unión, tarea que deberá realizar de acuerdo con el Alto Representante para la Política Exterior, lo que supone una redundancia de cargos con idénticas atribuciones; ejemplo de los segundos son las normas que describen las competencias ad intra del cargo. Leyendo entre líneas, de esas escuetas indicaciones puede deducirse que conlleva tres funciones esenciales, como son las de presidir e impulsar los trabajos del Consejo Europeo, dar continuidad a esos trabajos estableciendo un nexo fluido entre el Consejo y la Comisión y facilitar la adopción de decisiones en una Europa de 27 estados cada vez más distanciados los unos de los otros.

En consecuencia, el perfil del futuro presidente requiere de una figura que encarne los principios y valores que pretende promover la Unión en el mundo, aunándolos con una personalidad dialogante a la par que resolutiva y que no levante recelos o suspicacias ni fuera ni dentro de las fronteras comunitarias. Debería exigírsele, además, un firme compromiso para con el proyecto europeo, de modo que se trate de alguien proveniente de un Estado integrado en la eurozona, que haya participado con espíritu constructivo en las reuniones del Consejo y que haya aportado ideas y soluciones beneficiosas para el conjunto de la UE. En atención a estos requisitos, el lector pensará que resulta fácil desechar a alguno de los candidatos. Pero vista la corta amplitud de miras con la que últimamente se deciden las cosas en Europa, no descarte que precisamente ése que tiene usted en mente sea el que se lleve el gato al agua.