Cartas

La soledad de los exiliados

Cádiz Actualizado: Guardar
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Gregorio Marañón en el prólogo de su libro Españoles fuera de España (1947), al referirse a Séneca, que estuvo desterrado siete años en Córcega, nos recuerda esta exclamación del filósofo cordobés: «¡Qué sufrimiento intolerable es el vivir fuera de la patria!». Es innecesario repetir una vez más que la mayor parte de nuestros mejores intelectuales y artistas emprendieron el camino del exilio al final de la guerra, provocada por la rebelión militar del general Franco. De este impresionante exilio -el más importante en nuestra historia de emigraciones- se cumplen ahora 70 años.

Rafael Alberti en Roma, nos transmite amor y nostalgia, soledad, recuerdos de una juventud y el dolor silencioso del exilio: «Dejé por ti mis bosques, mi perdida/arboleda, mis perros desvelados,/mis capitales años desterrados/hasta casi el invierno de la vida». Luis Cernuda sabe que el destierro lo ha convertido en un muerto que, a pesar de todo sigue viviendo: «Tú, verdad solitaria,/transparente pasión, mi soledad de siempre,/ eres inmenso abrazo; /el sol, el mar,/la oscuridad, la estepa,/el hombre y su deseo,/la airada muchedumbre,/¿qué son sino tú misma?». El poeta malagueño Emilio Prados, que en el exilio vive solo, apartado, quiere escapar de su soledad: «Golpeé con mi voz, con mi palabra/no sé donde ni lo sabré jamás:/ nadie me abrió». Y su paisano Manuel Altolaguirre, con una gran ternura, nos dice: «Estoy solo y no sé quienes /están sintiendo mi ausencia.» Y no menos agudo es el dolor de la mujer de Altolaguirre, Concha Méndez, que escribe: «La gran soledad del mundo / como ala que me domina / llevo sobre mí y me arrastra...».