IMPRESIÓN PRESCINDIBLE

La etarray la bestia

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Empezar un artículo de opinión justificando y casi disculpándose por lo que uno piensa es una pérdida de tiempo y de líneas, amén de un despilfarro de papel que, dada la moda ecologista, no vamos a potenciar en este artículo. Un compañero, cuando vio la foto de Oihana San Vicente, la terrorista detenida el pasado lunes en Bretaña, exclamó: «Joé, con lo buena que está...». Lo mismo dijo mi prima cuando vio a Ricardo Costa (¿nadie se ha dado cuenta de que habla como Pocholo hasta arriba de lexatín?). Además de que los dos tienen peinados molones y polémicos, nos demuestran una vez más que la estética, la apariencia, el gusto, está por encima de las consideraciones morales. El pensamiento no delinque y si te parece guapo Miguel Carcaño (sus fans se cuentan por legión) o si admiras las estrategias publicitarias de Goebbels, ¿hasta qué punto debes sentirte culpable? Eso no quita para que los cuatro personajes ya citados acaben jugando al mus en el infierno con, no sé, Don Pimpón, el de Barrio Sésamo, de juez de silla. Porque puestos a establecer quiénes son los buenos y quienes los malos, sí podemos ser todo lo arbitrarios que queramos.

Decía Daniel Cohn-Bendit, uno de los abanderados de Mayo del 68, que a la mayoría de los jóvenes varones la ideología no les importaba nada: iban a las manifestaciones y a las concentraciones para ligar. No quiero imaginar que los chavales en los pueblos más perdidos del valle del Goyerri empiecen en el mundo abertzale porque «la Izaskun está buena» y, cuando se den cuentan, ya estén metidos en el lío. Muchos nos seguimos metiendo en charcos por culpa de las apariencias, ya sea una cara bonita, una nómina apetecible o un sueño inalcanzable.