LA TRINCHERA

20 años deNirvana

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Se hace raro. Uno lee en la prensa que hace 20 años que Nirvana grabó Bleach y cae en la cuenta de que empieza a tener conciencia real de las efemérides, aunque sean musicales, que ya son historia. Es decir, que nos vamos haciendo viejos, lo cual no deja de ser un alivio si pensamos en la desagradable alternativa. Pero escuece. La memoria de los treintañeros quizá no llegue al Bleach de finales de los 80, pero seguro que lleva por banda sonora Polly, On a plain o Rape me. Como adolescentes fácilmente impresionables, Nirvana supuso un puñetazo en la mesa. El punk ya era materia carrozona, el rock tiraba del carro sin llegar a reinventarse y los heavys ejercían de muñequitos ñoños y desfasados, con un punto de histrionismo hortera que no convencía a nadie. Pero aquella manera sucia de vivir la vida y de tocar la guitarra no parecía una pose. Había algo sincero, negro y desencantado que se filtraba en las canciones de Nirvana; un eco de desesperanza crónica, de oscuro vacío, que no era nuevo (ni mucho menos), pero que era nuestro. Después, consciente del personaje chato en que se había convertido, Kurt dijo adiós e hizo mutis por el foro.

Ahora que no somos tan ingenuos, sabemos que beber y drogarse y destruirse no tiene nada de heroico ni de admirable. Es propio de débiles, de enfermos o de imbéciles que están en su derecho.

Los chavales que hoy se atusan la pelusilla del bigote tienen otros gustos, muchos más acordes con estos tiempos de sonrisas profidents y dulce asepsia. Los Jonas Brothers, por ejemplo, que van a misa y desayunan cereales y practican el sexo con discreción y profilaxis. Y hablan en sus canciones de un amor (y de un dolor) que no conocen... O. K. Que les aproveche.