SOCIEDAD

Faraones eternos

Elizabeth Taylor vivió un romance subido de temperatura con Richard Burton en el filme 'Cleopatra' de Joseph Mankiewitz

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Seductora, bella, inteligente. Así es Cleopatra, reina de Egipto, en la película de Joseph L. Mankiewicz protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, que vivirán un tórrido romance durante el rodaje y se casarán al año siguiente, en 1964. Según los arqueólogos Cleopatra era menuda, morena, de ojos oscuros y nariz aguileña, y no la exuberante mujer que vende Hollywood.

Da igual. Todos coinciden en su astucia, perspicacia y habilidad negociadora. Hilaba fino. Era rival peligrosa. Gobernó Egipto, tuvo un hijo con César y fue amante de su sucesor, Marco Antonio. Cuando vio que no podía hacer lo mismo con su heredero, Octavio, se suicidó colocándose un áspid en el pecho.

Dicen los egipcios que el hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides. Debe de ser cierto. Tienen 5.000 años y siguen en pie, perfectas. ¿Cuántos arquitectos consiguen algo así? Comenzaron siendo escalonadas como la de Saqqara, del faraón Netcheryet o Dyeser, que vivió entre 2667 y 2648 antes de Cristo (aC). Las más fotografiadas son las de Giza, cerca de El Cairo. Kefrén y Micerinos quedan siempre a la sombra de la de Keops, la más grande, la que aún se recorre interiormente por rampas empinadas y gateras hasta llegar a la cámara sepulcral del faraón que vivió entre 2558 y 2532 aC. Más misterio arrastra la esfinge de Giza: ¿hombre, mujer, animal?

La escritora Agatha Christie solía alojarse en el hotel Old Cataract, que abre su enorme jardín sobre el Nilo a su paso por Asuán. Las vistas son increíbles. Al igual que los paseos en falúa al atardecer, bordeando la isla Elefantina, a los que nada tienen que envidiar los cruceros que bajan por el Nilo desde la antigua Nubia que fue anegada por la presa de Asuán en 1971. Los templos afectados se desmontaron pieza a pieza y se rearmaron en sitio seguro. Así sobrevivió Abu Simbel, el monumento que Ramsés II dedicó a su esposa Nefertari, descomunal tanto por su tamaño como por su belleza.

Los faraones buscaban la eternidad. La lograron. Miles de turistas recorren cada año sus tumbas en el Valle de los Reyes. Son 62 y están cerca de la antigua Tebas, la actual Luxor.

La más famosa es la de Tutankamon, descubierta por Howard Carter en 1902. «¿Qué ve usted?: ‘Cosas maravillosas’». La frase del arqueólogo al abrir el hipogeo pasó a la posteridad. No era el más grande ni el más importante del valle, pero fue el más mediático. Le vino muy bien la maldición que, decían, cayó sobre quienes abrieron la tumba. Supercherías aparte, el tesoro funerario del joven faraón era desmedido. Fue difícil desmontar el puzle de cajones, muebles, carruajes, camas, joyas, vajillas y enseres de oro, encajados entre sí para ahorrar espacio. Sobre todas las piezas despunta la máscara de oro y lapislázuli que se exhibe en el Museo Egipcio de El Cairo, escoltada siempre por militares armados.

Es fácil imaginar a la Cleopatra de Joseph L. Mankievicz remontando el Nilo con sus esclavos nubios. Pero es inconcebible situarla en El Cairo, la ciudad caótica, húmeda, calurosa y hermosa, donde viven 18 millones de personas y conviven lo sagrado y lo profano, lo viejo y lo nuevo, lo local y lo mundano.

Las momias de los faraones se refugian en el Museo Egipcio de la Plaza El Tahrir. Los turistas se hacen fuertes en el bazar de Khan el Khalili. Otros visitan la Mezquita de Mohammad Ali en la Ciudadela de Saladino y el barrio Copto. Y hay quien se aventura por la estrecha calle Al-Muizz li-Din-Allah donde se apelotonan carne, pescados, cafés, lámparas, alfombras, teterías... Es bulliciosa y diferente. No apta para claustrofóbicos.