Fincas, vehículos y comercios, objetivo de los ladrones. /J. J. CORCHADO
Jerez

Patrullas ciudadanas nocturnas para acabar con los robos en Torrecera

Grupos de seis vecinos se turnan a diario para vigilar las calles y fincas agrícolas

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El grupo pasa inadvertido bajo el reloj del Ayuntamiento, que marca las doce y media de la noche algo largas, y de no ser por la ausencia de otros corrillos a su alrededor jamás les habría preguntado: ¿Sois la patrulla? Un apretón de manos me lo confirma.

Junto a Manuel Bertolet, alcalde de Torrecera, otros cinco vecinos, dos jóvenes, Encarni y Manolo, una estudiante y un empleado de una clínica, acompañados por tres adultos, Miguel, que trabaja en un taller de empresas, Joaquín, cooperativista agrícola y concejal del Gobierno local y otro Manuel, dedicado en cuerpo y alma a su tienda.

Son seis de los casi 30 vecinos que se han apuntado a las listas abiertas para realizar patrullas ciudadanas de vigilancia a diario, entre la una y las cinco de la madrugada, en su pueblo y alrededores. «A las cinco ya circulan los panaderos y creemos que es una buena hora para dejarlo. Lo que pretendemos es que nuestra presencia incomode a los delincuentes», se apresta a explicar el alcalde. «Sólo patrullamos, siempre en grupos de tres, y otros tres permanecen en el pueblo, siempre comunicados con los que hacen la ronda por si vemos algo raro, pero las instrucciones son no abandonar el vehículo y dar la alarma, sólo eso».

Subimos al coche , un vehículo de la flota municipal, con puntualidad casi británica. A la una de la madrugada enfilamos hacia la zona de los huertos, en la carretera de Paterna. Aquí son frecuentes los robos de animales de granja, perros de caza o gallos de pelea, maquinaria agrícola y aperos de labranza, e incluso de las propias cosechas, da igual que sean patatas, tomates o pimientos. «Casi nadie se atreve a dejar algo en las naves, porque un simple motocultor ya cuesta las 300 mil pesetas y a eso súmale los destrozos», enfatiza Manolo, el chaval de la clínica, agazapado en la trasera del todoterreno mientras alumbra con un potente foco las cunetas. Buscamos cancelas de fincas que no deben estar abiertas y coches aparcados en caminos a estas horas tan intempestivas. «Las parejas del pueblo ya nos conocen y procuramos no molestar». Nos reímos con la ocurrencia de Encarni, que nos sigue relatando, mientras recorremos ahora las calles más alejadas del centro de Torrecera, buena parte de los quince robos que se han producido en ellas en el último mes. «En esta casa entraron cuando dormían y les sorprendió el dueño, a este camión ya le han quitado tres veces el gasoil, a este otro vecino le han robado los perros...».

A las dos y media aprovechamos para tomar un café en la piscina municipal. Nos lo sirve Iván. Duerme en el bar de la instalación, que ha arrendado este verano, acompañado de Vanesa, su novia, y de algunos familiares, que preparan a estas horas la comida y las tapas del día siguiente. «Se llevaron de todo, equipo de música, televisor, microondas, los lomos, las cajas de vino, y ahora no podemos permitirnos que entren otra vez porque sería la ruina».

Buenas parte de los 1.300 vecinos de Torrecera han optado por instalar rejas en las ventanas y dormir con las cancelas de sus casas cerradas. Una estampa muy alejada del trasiego y las puertas abiertas que solían identificar con las noches de verano a estos pequeños pueblos. Nadie se siente seguro. Han robado en dependencias municipales, comercios, viviendas particulares, talleres, naves agrícolas y parcelas».

Creen que buena parte de estos hurtos son llevados a cabo por jóvenes que delinquen para obtener dinero rápido y fácil mediante la venta de los sustraído, de fácil salida en el mercado negro o, incluso, que roban por encargo. sobre todo, animales de caza o pelea.