Cartas

A La Marea, una guardería como mi casa

| San Fernando Actualizado: Guardar
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Me llamo Roberto y tengo tres años; soy delgadito y rubio como una espiga de trigo en edad de crecer, de ojos verdes como las aceitunas y piel blanca como el pan. Hace algunos años que empecé a despegarme de los tiernos brazos de mi papá y del cielo interior de mi mamá: de su vientre. Fue entonces, a muy temprana edad, cuando me llevaron a una casa muy grande llena de cunas, habitaciones de colores...y voces de niñas grandes que me hablaban con mucho cariño, me cogían, y me besaban.

Una vez al día mi mamá Teresa o mi papá Antonio me recogían y me llevaban a mi casa y allí continuaba mi vida entre sus cuidados, su paciencia, sus sueños rotos por mi llanto, mis juguetes... Los fines de semana venían gente a mi casa a verme: mis tíos, mis abuelos, mis primos y me comían a besos jugaban y se reían. Al día siguiente mi mamá o mi papá me dejaban en la otra casa, y así durante semanas, meses y años.

Poco a poco fui descubriendo que las niñas de aquel lugar se parecían a mi mamá y a mi papá juntos, porque me trataban igual que ellos; eran como los ángeles de la guarda: pendientes de protegerme, de enseñarme cosas buenas para cuando fuera mayor. Con ellos empecé a descubrir los colores, los dibujos, las canciones...a compartir con otros niños como yo... Por todo ello, por los años que me trataron como a un hijo y que pusieron las primeras velas de mi educación para la vida que me queda por vivir, les estoy muy agradecidos, al igual que mis padres. Gracias a ellos descubrí el mundo; gracias a mi guardería, a mis ángeles puericultores descubrí las primeras luces del camino que tengo que seguir. Hasta siempre en mi recuerdo, en mi corazón, en mi mente naciente como el sol que alumbra nuestras vidas cada mañana.