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A mediados de los 90, el Partido Laborista elaboraba sus planes para reformar la estructura del Estado a fin de dar más poder a las regiones. Políticos y asesores viajaron entonces a Madrid para hablar con sus homólogos sobre la experiencia de España. Se quedaron muy sorprendidos cuando un alto cargo del Partido Socialista les dijo: «En pocas palabras, la lección española es fácil. ¡Compañeros, no lo hagáis!». Pero era demasiado tarde: se había lanzado la promesa de 'devolver poder' y hubo que cumplirla.

Hasta Tony Blair tenía sus dudas. Durante la campaña electoral de 1997, el líder laborista aseguró a los votantes ingleses que el Parlamento escocés no tendría más competencias que «un ayuntamiento de un pueblecito» (palabras que, como es de imaginar, desataron una polémica total al norte de la frontera). Pero apenas dos años más tarde se convocó el primer Parlamento escocés en casi tres siglos, el cual ha actuado hasta ahora como un foro dinámico, innovador y, a veces, muy controvertido. A diferencia de muchas autonomías españolas, los cambios en el Ejecutivo han sido vertiginosos en esta década: cuatro líderes del Parlamento y un relevo del partido en el Gobierno.

También el Legislativo escocés ha introducido cambios importantes. Por ejemplo, se ha situado en la vanguardia de los que han prohibido que el humo de los fumadores contamine restaurantes, bares y otros espacios públicos. Introducir tal medida en Escocia necesitaba mucha valentía, dado que el país tiene una cultura arraigada por la que tomar copas y fumar se consideraba un derecho fundamental. Y la iniciativa se hace cumplir estrictamente.

Se han visto otros beneficios del Parlamento también para los jóvenes y para los ciudadanos de más edad: las plazas en las universidades y en los centros para mayores ya son gratis en Escocia, cuando no lo son en Inglaterra. De ahí, de la creciente diferencia entre los dos países, es posible que surjan problemas y tensiones.

En 1999, la subvención a Edimburgo por parte de Londres fue unos 17.500 millones de euros al año. En 2008, esta cifra había crecido hasta los 40.800 millones. Muchos ingleses, irritados por la retórica independentista del actual Gobierno escocés, se preguntan por qué se subvencionan servicios públicos en Escocia mejores que los que disfrutan ellos en Inglaterra. Si este sentimiento se profundizara, podría turbar la armonía entre Londres y Edimburgo y, a largo plazo, poner en peligro la unidad de Reino Unido.