LO QUE YO LE DIGA

La reverencia

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El presidente de los EUA, Barack Obama, tiene problemas de espalda. Anda el hombre bastante fastidiado. Los riñones le están matando.

Claro, el peso de la responsabilidad tiene estas cosas. Ya se le notó el otro día en la reunión esa del Geveinte en la que los amos del mundo nos arreglaron la vida a todos en un ratillo mientras se tomaban una manzanilla y se comían un choco a la plancha. Resulta que le presentaron al tal Obama al rey Abdulá de Arabia Saudí, ese que alquila hidropedales en Marbella cuando se pasa por allí en verano. Y el flamante mandamás norteamericano se marcó una genuflexión que ni la de Piqué ante Bush y señora. Las malas lenguas aseguran que el de Chicago sólo quería ver de cerca los zapatos del petrorrey. Hay que ver lo maledicente que es el personal. Que no, hombre, que tampoco fue porque el de la chilaba le hubiera prometido gasofa de balde para la moto para siempre. Y es falso que le hubiera invitado para el próximo verano a comerse unos espetos de sardinas en un chiringuito de la playa. Qué estupidez, todo el mundo sabe que el amigo Barack es más de atún de almadraba. Lo que pasa es que el hombre estaba con eso de la responsabilidad peor que Atlas con el mundo, que también debe pesar un rato. Y un fisioterapeuta que había por allí le aconsejó unos estiramientos, que iban muy bien para lo de los riñones. Y más aún si se hacían ante un grifo de petróleo. Mano de santo, oiga. Se quedó como nuevo y hasta se tomó unas cañas con Zapatero. Éste estaba cabreado por lo de la filtración de su crisis de Gobierno. «He pensado que me voy a llevar a mi amigo Manolo de vicepresidente a Madrid, que se ha pasado ya mucho tiempo de presidente en Andalucía», dijo Zetapé. «Este te arregla España en un tris, no hay más que ver lo bien que está su provincia», contestó Obama.