LA CASAPUERTA

Dolor por Chano

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En su casa de Sevilla, arropado por su familia y su ángel de la guarda que para él era su mujer Rosario Peña, falleció el Domingo de Ramos Juan Ramírez Sarabia, Chano Lobato. Su ciudad natal, Cádiz, a la que tanto quería y a todas horas llevaba en el corazón, está de luto por fuera y por dentro. A los que le conocimos, tratamos y admiramos nos corre por las venas un sentimiento de tristeza generalizado y un sincero dolor. Chano era un hombre bueno. Sencillo. Humilde. Dadivoso. Compañero. Soñador. ¡Uy! Cuántas cosas más se podría decir de Chano, porque con añadirle Lobato, todas dicen cosas buenas y nobles de este maravilloso hombre que se forjó solo sin ayuda de nadie en la universidad de la vida. A base de la fuerza motriz de mucho corazón y esfuerzos titánicos para salir de la pobreza y recorrer el ancho mundo, porque lo presagiaba. Y el ancho mundo se rindió a sus pies llevando el nombre de Cádiz como bandera. Su natural don comunicativo y social era impresionante, de verbo reposado sin malear, correcto y discreto. En fin... cuántas cosas buenas y dones naturales sin sofisticar poseía Juan Ramírez Sarabia. De su impagable arte, compañeros más documentados han expresado sus sentimientos y conocimientos sobre su figura. Personalmente mantuve contactos con él desde toda la vida, con su familia, con su entorno, con su círculo amistoso, y siempre hablábamos de lo mismo: del arte y del hambre que hay en Cai. Un Miércoles Santo entramos en un bachecito que había en la plaza de las Canastas (Casa Bayo) para esperar la bajada de la Sentencia. Chano besaba y saludaba a todo el mundo, cuando se le acerca uno y le dice que cantaba mejor que él. Y ni corto ni perezoso, cuando estuvo el paso del Cristo a su altura, lanzó una saeta... «Padre mío... padre mío». Se calla, agacha la cabeza y continúa: «Perdóname que no me acuerdo de la letra». Chano, el pobre, se cayó al suelo. Descansa en paz, vecino.