LA RAYUELA

Votar a tu enemigo

El voto de los ciudadanos es un misterio que ríase usted del de la Santísima Trinidad. Nadie sabe, afortunadamente, las razones exactas que llevan a una persona a elegir una u otra papeleta. Y digo, afortunadamente, porque si realmente se conocieran los resortes específicos y decisivos en cada votación más allá de las tendencias generales, estaría en riesgo la democracia. Sin duda los poderes económicos, políticos o mediáticos tratarían de manipular a la opinión pública más de lo que ya lo hacen poniendo en riesgo el sistema democrático.

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Hace un par de meses el alcalde de una ciudad del área metropolitana de Madrid llamó «tontos de los cojones» a los trabajadores que votan masivamente a la derecha. Este hombre «primitivo» como lo calificó Bono (¿cómo si el suyo fuera un pensamiento sofisticado!) dijo una burrada ofensiva, pero señaló la paradoja de que gente humilde vote a partidos de derechas, que objetivamente no defienden sus intereses, por no ser conscientes del papel que le corresponde en el sistema productivo.

Aunque la asimilación de la mayoría de los trabajadores a las clases medias hace más complejo discernir los intereses de clase, resulta paradójico observar su voto mayoritario a una derecha extrema como la de la Comunidad de Madrid que quiere privatizar los hospitales, favorece a la educación privada, castiga a la Universidad pública o boicotea la Ley de la Dependencia, atentando contra los intereses más obvios de la mayoría. Tanto más difícil de comprender si se recuerda su pecado de origen: el acceso fraudulento al poder mediante la compra de dos diputados, nunca explicado por los corruptores.

Paul Krugman (Después de Bush, Crítica, 2008) explica este fenómeno en EE UU atribuyendo a los Republicanos la responsabilidad de distraer al electorado de sus verdaderos intereses mediante lo que denomina Armas de Distracción Masiva: la patria, la religión, los valores fuertes y la cohesión social de las elites (miedo al negro o al emigrante). En palabras de Adela Cortina (El País 17/02/09), esta enajenación supone el paso de la democracia agregativa (agregación de los intereses de los votantes) a la democracia emotiva, basada en la manipulación de los sentimientos.

Algunas pistas del despiste ideológico en nuestro país son la banalización y trivialización de la política convertida progresivamente en espectáculo manipulador (Tele Madrid, Canal Nou), o la comedura de coco del personal que se cree rico por que le dan 300.000 euros por su casa y se convierte en «gente de orden». También pesan los componentes residuales del franquismo sociológico: los fantasmas de la España que se rompe (con su antónimo, el nacionalismo xenófobo y victimista), la religión católica como fuente de gobierno y derecho público y el papanatismo del apolítico. A lo que hay que sumar en estos momentos el miedo e incertidumbre ante el futuro.

El voto no es solo el resultado del interés de los votantes, es la ideología, la religión o los valores, la empatía y liderazgo de los candidatos, la solidez e imagen de los partidos, etc., adobados con prejuicios, filias y fobias ¿Qué influirá más en el resultado de las elecciones gallegas y vascas? ¿Los candidatos y partidos autonómicos, o los nacionales? ¿Qué porcentaje de voto explicará la recesión económica, la nueva ley del aborto, el miedo al separatismo, la batalla de Educación por la Ciudadanía o los recientes escándalos de espionaje y corruptelas que salpican al PP?