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Que mañana ayunaremos

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Q uizá después de la pretendida final más corta del concurso más largo de la historia tenga usted cuerpo para el carrusel de coros de Extramuros, para ir al pregón infantil -para eso hay que tener cuerpo y mente, también-, para ver la elección de la pequeña diosa -es por sorteo, le advierto, así que carece de cualquier atractivo- o para leer el periódico. Pero quizá pertenece usted a esa especie cada vez más extendida de gaditanos que salen corriendo tal y como el secretario del jurado -este año, Enrique Carrillo- dice aquello de «En la ciudad de Cádiz, siendo las » y se quita de en medio hasta el lunes por la tarde, asqueado de tanto gofre, de tanto ruido, de tanto Toro Sentado con amplificadores y de tanto urinario portátil (impagable la señalética municipal).çHace veinte años -sí, ya sé que veinte años no es nada, pero son veinte años-, a finales de los ochenta, los de mi generación salían huyendo en cuanto la Borriquita asomaba las orejas, y con la pretensión del senderismo y el cámping acababan de madrugada cantando el popurrí de las Momias de Güete -y después el Vaporcito- en la plaza de Grazalema, del Bosque, de Benamahoma o donde quiera que bajo el lema «yo paso de la Semana Santa» se hubieran convocado.

El mismo fenómeno migratorio, y con la misma gente, se está produciendo en los últimos años en los que el Carnaval se ha masificado tanto, tanto que los de aquí ya no salen hasta el lunes, -bueno, hasta el domingo por la tarde, que quien y quien menos ya tiene hijos y sillas para la cabalgata-. El carnaval, ya lo saben, se ha convertido en una fiesta insufrible para muchos gaditanos que apenas encuentran su sitio en un programa poco elaborado, que paradójicamente debería ser la carta de presentación de la ciudad. Pero no es la programación nuestro plato fuerte, hay que reconocerlo.

Para muestra, un botón, o la botonadura completa, si lo prefieren. Lean con atención el programa de actos o festejos que nos tienen preparados para el mes de marzo. Si lo hacen con voz ronca y un cartelón, podría ser un romancero (iiiiinnnn). Entre inauguración de exposiciones, congresos varios, bustos en la alameda, medias maratones, zarzuelas y presentaciones de libros han vuelto a olvidar que mientras que el 19 de marzo no sea festivo, cualquier parecido con una celebración es pura coincidencia. Porque por mucho que se pasee la Agrupación Recreativa de Voluntarios Distinguidos con sus trajes nuevos, por mucho que se coloquen en el monumento de Las Cortes como si fueran los maniquíes del Palacio de la Moda, por mucho que se haga un acto institucional en la plaza de España, por mucho que se anuncie la presencia de la Vicepresidenta del Gobierno, un jueves es un jueves, y aunque son pocos los que conservan un puesto de trabajo en esta ciudad, no parece lo más acertado seguir conmemorando la Constitución del Doce en un día laborable.

No sería malo hacer festivo el 19 de marzo antes de que llegue el Bicentenario. Porque aunque apenas queda tiempo, hay cosas que todavía tienen enmienda. Otras no. Ya lo saben. Que parece que se imponen la sensatez y la cordura y los políticos comienzan a asumir, poco a poco, lo que se nos viene encima. Como una terapia de grupo en la que uno se levanta y dice al tendido «Me llamo x y soy », nuestros dirigentes parece que están empezando a arrepentirse de su megalomanía, que les está pesando tener la boca tan grande. O por lo menos, hacen el intento.

El miércoles, ya lo saben, comienza la Cuaresma, un tiempo que por tradición invita a la conversión mediante el arrepentimiento y la penitencia a través del ayuno y de la abstinencia. Este año, con la crisis, lo del ayuno y la abstinencia lo tenemos fácil, algunos más que otros -los informes de Cáritas son demoledores-. Un tiempo para reflexionar, dicen, mortificarse -más o menos- y finalmente buscar la reconciliación haciendo una confesión clara, concisa, concreta y completa. Una confesión, que como muchos de ustedes recordarán de sus tiempos mozos, lleva indubitablemente -que es adverbio de sacristía, como decía Mariano de Cavia- implícitos cinco pasos. Ya saben, examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.

Así es. Si hace unos días era Rafael Román, diputado nacional y portavoz del PSOE en Cádiz, el que dejándose llevar por un ataque de sinceridad reconocía sus dudas en el cumplimiento de plazos en las obras del Bicentenario y confesaba de forma clara, concisa, concreta y completa «vamos camino del desastre», lo que le ha costado algún que otro disgustillo, luego fue la propia alcaldesa la que haciendo examen de conciencia -pero no de la suya, sino la de los demás- concluía que las grandes obras de la ciudad no estarán listas para el Doce. Y diciendo los pecados -los de los otros- al confesor se dio un paseo por la ciudad prometida. No estará listo el castillo de San Sebastián, el puente y el AVE ya van retrasados, la plaza de Sevilla ni se sabe, la Casa de las Artes y la Ciudad de la Justicia siguen formando parte de la realidad virtual, del mundo de los Sims en el que nos dijeron que viviríamos dentro de tres años

En fin, por algo se empieza. La Cuaresma, ya les dije, es un tiempo de reflexión, de cambio y quizá se esté produciendo, quién sabe. De momento, no hay dolor de los pecados ni propósito de enmienda, pero de sobra saben, unos y otros que es en las urnas donde mejor se cumple la penitencia.

yolandavallejo@telefonica.net