TRABAJO. Cinta Martín (izq.) y Amalia Cansino (dcha.) restauran una pieza del Pentecostés. / LA VOZ
Sociedad

Los restauradores dan el 'alta' a la Santa Cueva

El Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico ha concluído en Sevilla los arreglos del Pentecostés, la última pieza de la gran operación de arreglo del templo

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A lo largo de una vida, todo cuerpo pasa por la consulta del médico, incluso un cuerpo tan perfecto como el que concibió el arte de del XVIII en la calle Rosario de Cádiz. La Santa Cueva está a punto de terminar un periplo de intervenciones médicas que ha durado 22 años. Recibirá el alta en las próximas semanas, cuando su pequeño museo reciba el grupo pictórico del Pentecostés, la última pieza restaurada.

Fue el 18 de septiembre de 1997 cuando el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, dependiente de la Consejería de Cultura de la Junta, la Fundación Cajamadrid y el Wolf Monument Fund acordaron un convenio para acometer las restauraciones más urgentes del monumento gaditano. Así, las pinturas de Goya, José Camarón y Zacarías González pasaron por las manos de los médicos restauradores del Museo del Prado y otras piezas como el Calvario de Vaccaro y Gandulfo, los murales, los estucos y el retrato de José Sainz de Santamaría, además de la Vírgen del Refugio de Pecadores, requirieron los cuidados del IAPH.

Ese mismo organismo es el que ha terminado estos días con los retoques del Pentecostés, una pieza que no formaba parte del convenio en un primer término. La obra, anónima, solamente se podía ver en el oratorio los días de Pentecostés, cuando su curiosa arquitectura se desplegaba sobre el altar.

El grupo original -fechado en el siglo XVIII- representa a la Virgen, los doce apóstoles y cuatro santas mujeres. Posteriormente en el siglo XIX se añadieron dos ángeles de menor calidad realizados al óleo sobre cartón adherido a madera, según las explicaciones de las restauradoras del IAPH, Amalia Cansino y Cinta Martín, encargadas del trabajo.

El grupo Pentecostés está compuesto por cinco piezas pictóricas realizadas al óleo sobre soportes mixtos (lienzo, madera y papel) y la paloma que representa al Espíritu Santo está realizada en madera policromada y estofada.

Consta también de elementos metálicos añadidos como ornamentación en un curioso juego en tres dimensiones con diferentes materiales para añadir realismo a la obra. La virgen lleva una corona plateada de ráfagas y todos los personajes, la lengua de fuego realizada en madera policromada que queda sujete al reverso por un nimbo de latón.

Las tres obras centrales, de mayor tamaño, representan a la Virgen y los doce apóstoles. Están realizadas sobre lienzos y colocadas en estructuras de madera de pino de Flandes bastante inusuales, ya que no correspondían a un bastidor tipo, pues en la zona superior el tejido estaba adherido con cola animal a una madera recortada con las formas de las cabezas, con la intención de dar mayor naturalidad al conjunto.

La pieza central representa a la Virgen rodeada de cuatro apóstoles (esta obra es la que actualmente está colgada en el Museo de la Santa Cueva).

Otras dos representan a cuatro apóstoles cada una. Las figuras están colocadas de forma simétricas y mirando hacia la imagen de la Virgen. Dos obras de menor tamaño representan, cada una de ellas, a dos santas mujeres y están realizadas al óleo sobre papel adherido al soporte de madera.

Estas cinco piezas presentaban, unidas a los laterales del bastidor, elementos de madera para dar la sensación de vuelo en los ropajes. Estas zonas fueron analizadas en el IAPH y no eran similares, ni la madera ni la pintura, al original por lo que han sido eliminadas, disminuyendo de esta forma las anchuras de las piezas lo que facilitará la ubicación en el museo.

Un solo uso al año

El grupo pictórico se utilizaba solamente el día de Pentecostés uniendo unas piezas con otras mediante aldabillas y cáncamos y apoyos de madera en el reverso para mantenerlos verticales. Con el uso, estos elementos fueron perdiéndose y sustituyéndose por alambres, clavos, maderas, etc.

Al almacenarlos «unos sobre otros», los elementos punzantes del reverso produjeron agujeros en los tejidos. Además, la gran humedad relativa del almacén hizo su trabajo con «grandes deformaciones en los lienzos» debido a su extraña configuración.

En el caso de los soportes de madera con papeles adheridos, los movimientos higroscópicos de la esta habían producido deformaciones en forma de bolsas siguiendo las formas de las vetas de las maderas.

Otras restauraciones

Por todos estos motivos las capas pictóricas habían sufrido enormes deterioros y presentaban restauraciones realizadas con pigmentos de mala calidad.

Algunos de estos colores estaban realizados con pigmentos que se empezaron a utilizar al final el siglo XIX como blanco de cinc, verde de cromo, verde de cobalto, y litopón por lo que se deduce que la restauración pudo ser en el siglo XX.

«Desde una perspectiva científica, el éxito de esta metodología de investigación y actuación reside en el desarrollo de un principio fundamental, que es aceptado por la mayoría de las instituciones dedicadas a la conservación del patrimonio cultural actualmente, y cuya filosofía es conocer para intervenir», dicen las técnicas.

Así, Martín y Cansino aseguran que su actuación respeta «la singularidad» del bien, que se ha procedido a la «mínima intervención» y que se han aplicado materiales «análogos» a los utilizados en la obra original y «reversibles».

El proceso científico ya ha terminado en las instalaciones del IAPH en la Isla de la Cartuja, en Sevilla. En las próximas semanas, la obra volverá a su residencia habitual, esta vez fuera de los almacenes y con un lugar destacado en el museo del oratorio.

apaolaza@lavozdigital.es