PUESTA DE LARGO. Max, ayer en la Casa Pemán. / NURIA REINA
Sociedad

Max en el país de los sueños

El dibujante, fundador de 'El víbora', Premio Nacional de Cómic, autor de varias portadas de 'The New Yorker' e ilustrador de 'The New York Times', expone desde ayer en Casa Pemán

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Max es uno de los pocos autores españoles de cómic que pasará, por méritos propios, a la Historia del Arte. Junto a Carlos Giménez (el genio que parió Paracuellos), participó en la ingrata tarea de sacar el tebeo postfranquista del gueto infantil. Quiso, desde tribunas ya míticas como El víbora, potenciarlo como entretenimiento de y para adultos, dignificarlo como género artístico y explorar todas sus posibilidades creativas. Perfiló su propio estilo y supo construir, gracias a las influencias underground, un universo exclusivo, extraño e intransferible, que es «lo máximo que se le puede pedir a un creador», según explicó ayer en Cádiz el especialista Francisco Cerrezón.

Francesc Capdevila (Barcelona, 1956) -el hombre que se oculta tras la firma Max-, abre en la Casa Pemán Hipnotopía, una retrospectiva de su obra que abarca los últimos diez años, y en la que pueden detectarse todas sus constantes temáticas y estéticas. La muestra, organizada por Cajasol, incluye cartelería publicitaria, portadas de discos, tiras cómicas, ilustraciones, trabajos para cuentos infantiles y novelas gráficas.

«A pesar de las diferencias que hay entre unos formatos y otros, todos tienen algo en común: su punto de partida», explicó el autor. Éste no es otro que el mundo de los sueños, un cosmos «paralelo y perfecto para hablar de la realidad sin referirse directamente a ella». El dibujante, que alcanzó notoriedad internacional tras firmar varias portadas para The New Yorker Magacine e ilustrar la sección de literatura de The New York Times, entre otros periódicos y revistas de reconocido prestigio, no entiende lo onírico como «una fantasía escapista», sino más bien como una «excusa para diseccionar el mundo a través de las manifestaciones del subconsciente».

Hipnotopía (el lugar del sueño) abarca desde la «vena más psicodélica» de su trabajo, «que suele traducirse en colores luminosos y brillantes», hasta «la austeridad rigurosa de las ilustraciones literarias, de trazo rápido y sintético».

Cerrezón, uno de los mayores expertos en la obra de Max, considera la fertilidad del universo del autor como «el valor que lo distingue como un pilar del arte contemporáneo español», capaz de «traspasar las fronteras del mundillo del cómic para apuntar mucho más alto». «El halago es abrumador -considera Capdevila- aunque algunos de nosotros siempre hemos reivindicado la consideración del dibujo y la ilustración como algo mayor».

Alberto Manguel, escritor y crítico, afirma en la presentación de la propuesta que «la primera impresión que causa una visita a Hipnotopía es su coherencia, su complejidad y la calidad de su mundo», sobre todo gracias a «su múltiple geografía: tratados iconográficos, ilustraciones como grafitti, grafitti como retratos, páginas escritas, citas, visuales y textuales». «Me gusta jugar al mestizaje de mitologías, introducir personajes clásicos y simbólicos como Orfeo, pero también populares como Madonna», apunta Max, quien subraya su afán por «comunicar varias artes, como la literatura, la música y el dibujo», algo perfectamente detectable en la iconografía pop que protagoniza algunas de sus creaciones.

La subversión estética y el inconformismo social son otras de las líneas maestras de su trayectoria. Ya en los 70, llamado a las filas de la marginalidad más rebelde, adaptó al cómic El Capital y formó parte del equipo fundador de El Víbora, en la cual ha publicado la mayor parte de su obra historietística hasta principios de los 90, recopilados por la editorial La Cúpula en más de una docena de álbunes. Alberto Manguel admite que «las imágenes de Max nunca son estáticas, nunca unánimes. Poseen un dinamismo y una multiplicidad que constantemente se amplía y se desdobla: siempre sucede otra cosa cuando miramos sus obras, porque son esencialmente metafóricas: como en el universo físico, nada se pierde, sino que todo se transforma».

El escritor recuerda cómo en Monólogo y alucinación del gigante blanco, una suerte de homenaje al prehistórico diseño arado en Dorset, Inglaterra y quizá su mejor libro, Max le hace decir a su héroe: «Trato de descifrar, de recordar. Es inútil. Si alguna vez supe lo que significaba esto, lo he olvidado». Y concluye: «Así que ahora soy una especie de jerolífico ambulante y, muy probablemente, la única persona en el mundo que alguna vez pensó que todo esto podría tener algún sentido». Esas son las palabras. Las imágenes que las acompañan explican y agrandan la definición. Si quieren comprobarlo, sólo tienen que acercarse a la Casa Pemán.

dperez@lavozdigital.es